Capítulo 12

46 6 0
                                    

Capítulo 12. Confesiones

Al siguiente día de haber pasado la noche con Gilbert, me dirigí hacia el trabajo. Fernanda pasó toda la noche tecleando el móvil escribiendo sin parar aún sabiendo donde yo estaba. Revisé los mensajes en mi lugar de trabajo. De un momento a otro escuché la voz de alguien que conocía, y eso me puso nerviosa. Escuché como Gilbert y Teresa discutían sin parar. Me quedé atentamente escuchando su conversación.

Ya en la hora de receso cuando llegué a la cafetería, busqué si podría ver a Fernanda y Ludmilla. Una vez las ubiqué con mis ojos me dirigir a comprar mi almuerzo. Cuando llegué hacia la mesa donde estaba Fernanda me miró mal y me senté sin decir nada.

—Oh, vaya. Ashley. ¿Se podría saber dónde estabas ayer? —cuestionó Ludmilla —. Te llamé casi todo el día y ni siquiera me devolviste la llamada. Te escribí por whatsapp y nada de contestarme. ¿Qué demonios hiciste ayer?

Observé a Fernanda y me miraba con ganas de matarme.

—Sí, Fernanda. Perdón lo siento. Pero es que ayer no tuve tiempo de contestarte —aparté mi mirada de Fernanda y posé mi mirada hacia Ludmilla —. Amiga sucedieron varias cosas impredecibles que tuve la cabeza en pensar y pensar.

—¿Pensar Ashley? ¿Tienes que pensar cuando te vas a coger con Gilbert? —cuestionó Fernanda.

Continué observando a Ludmilla. Vi que se sorprendió.

—¿Cogiste con Gilbert? —me preguntó Ludmilla.

—Sí.

—Ludmilla, resulta que Gilbert dejó a Teresa, me dijo el sábado que ya no aguanta y me dijo que si no dejaba Henry, le iba a decir todo. El problema es que tengo dudas. Gilbert no sabe amar.

—Ashley creo que debieras de intentarlo y sino resulta, ya sabes que hacer —alegó Ludmilla.

—No quiero que Henry sepa algo así por boca de él —comenté —. Lo mejor sería dejar a Henry. Y ver hasta donde Gilbert sería capaz de llegar.

—Lo de la ruptura de Gilbert y Teresa, llegó hasta mi oficina —pronunció Fernanda —. Hice lo que me pediste Ashley. Robert ha estado consolando a Teresa muy constantemente.

—Uf, vaya —resopló Ludmilla.

Justo en ese momento me acordé de Federico. Yo me deleitaba con su dulzura, era muy tierno. Hasta llegué a la curiosidad de conocerlo más a fondo. Pero Fernanda me bajó de las nubes topándome en la frente.

—¿Qué te pasa Ashley? ¿En qué o quién piensas? —cuestionó Fernanda.

Me compuse mentalmente para poder hablar y decirle todo con respecto a Federico.

—Tengo un nuevo vecino. Se llama Federico. El sábado estuve con él en su casa —le confesé —. Me invitó a tomar té y a pasar unas tarde agradable. Ayer en la tarde estuve otra vez en su casa y llevé a Anderson para que conociera a su sobrino.

—Wow. Pero cuéntanos todo de él —me preguntó Ludmilla muy curiosa.

—Es ginecólogo, soltero. Vive con su hermano y su sobrino. No es de esos hombres que salen constantemente, pero tiene su tiempo para divertirse.

—Por lo visto te gusta. ¿Qué sabes de su hermano? ¿Tienes foto? —cuestionó Fernanda.

Tomé mi móvil y busqué en mi galería fotos de Federico, su hermano y su sobrino.

—Aquí está —giré mi móvil para que vieran —. El de la izquierda es Federico, el otro es su hermano, se llama Uriel. Y el niño que ven es Romeo.

Ludmilla se mordió los labios.

—Lástima que estoy casada —pronunció Ludmilla.

—Yo quiero conocer a Uriel —alegó Fernanda.

Ambas estaban maravillas con la imágenes de los hombres. Y quién no. Tanto Federico como Uriel eran dos hermosuras.

—¿Cómo puedes resistir a tanta hermosura? —me preguntó Ludmilla —. Yo me lo estuviera devorando en este momento. A Gilbert y a Henry lo hubiera mandado al carajo.

—Este sábado saldré con Federico a una fiesta —mencioné.

—Ahora resulta que babeas por tu vecino —dijo Ludmilla tomando una botella de agua.

—Vamos a comer. ¿Si? —tomé mi cubierto para devorar el almuerzo.

Las demás hicieron lo mismo. Ninguna decíamos nada mientras comíamos, sólo observábamos hacia nuestros alrededores. Ya terminada la hora de almuerzo, Gilbert se acercó y se sentó a mí lado. Ludmilla y Fernanda se miraron atónicas.

—Gilbert, deberías de sentarte en otro lado —protesté —. Me parece imprudente tu actitud.

—Cobarde —se rio —. A mí no me importa lo que piense la gente. Y mucho menos lo que Teresa pueda pensar.

Respiré profundo.

—Eso lo dices porque tú no estás en mi lugar Gilbert. A pesar de que...

Decidí callar porque iba a decir algo que no me importaba.

—Continúa Ashley —guardó silencio Gilbert —. Aún espero tu respuesta.

—No tiene importancia —mentí.

Voltée mi rostro hacia mi derecha y desde lejos vi a Teresa que nos estaba observando juntos a sus amigas. Retorné mi vista hacia donde la tenía antes.

—Teresa está muy interesada en saber que se está hablando aquí —pronuncié.

—Si se mete contigo me avisa —comentó Fernanda.

—Nada de pleitos chicas —se antepuso Ludmilla —. Mantengan la cordura y no vayan a cometer estupideces.

—Yo jamás peliaría con ningún hombre —mencioné.

Observé el reloj y me levanté, nadie me detuvo, continué caminando hacia mi área de trabajo. Cuando tomé asiento, sentí los besos de alguien sobre mi cuello, y supuse quien era. El único que podría hacer eso, sería Gilbert. Hasta que al fin pude verle la cara.

—¡Vete ya! —le exigí.

Pero no lo hizo pegó sus labios a los mismos haciendo perder la locura. Un gemido leve salió de mi boca sin darme cuenta. De pronto Gilbert se apartó de mí dejándome el sabor de sus dulces labios sobre mi boca. Emprendió la huída y retomé mi lugar.

Al poco rato escuché unos tacones aproximarse, escuché que se aproximaba a mí alguien y me giré a ver quien era. Mis ojos se toparon con los de Teresa que se quedó parada seriamente.

—Hola. ¿Qué quieres? —rompí el silencio.

—¿Qué hacía Gilbert sentado junto a ti?

—No lo sé. Él llegó solo —le contesté un poco asustada —. Me pareció extraño su actitud porque él nunca lo había hecho antes.

—No quiero que permitas que lo vuelva a hacer.

Respiré profundo.

—Teresa —guardé silencio —. Eso lo tienes que hablar con él. No sé por qué vienes hasta dónde mí.

—Sé la clase de mujerzuela que eres —espetó.

Me levanté rápidamente airada.

—Y tú lo eres también —refuté —. No te la quieras dar de santa. Porque yo misma te he visto besarte con Robert. Así que no vengas donde mí con tus celos absurdos y estúpidos. No siquiera eres novia de Gilbert.

—Eres una atrevida —masculló —. La próxima vez que te vea al lado de Gilbert te la verás conmigo.

Rápidamente se largó de mi lugar de trabajo dejándome muy enojada.

Acuéstate conmigo ahora y siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora