Si le preguntasen a Nakahara Chuuya, él diría que creció en un ambiente lleno de amor, mimos, y atenciones. Nunca le hizo falta algo en su niñez a pesar de haber perdido a sus padres a muy temprana edad cuando él apenas era un bebé y Kouyou tenía cinco años.
Sus tíos se hicieron cargo de él y de su hermana mayor. Los criaron y los educaron como si fuesen sus propios hijos.
Y aunque Arthur y Paul se encargaron de que ambos infantes recordarán las memorias de sus cariñosos padres biológicos, Chuuya y Kouyou los llamaban padres. Porque después de todo eso es lo que eran ambos hombres para ellos.
Kouyou no recordaba muy bien los rostros de sus padres biológicos, pero siempre le aseguró a Chuuya que su madre se veía muy feliz cuando lo llevaba en su interior. Le hablaba, le cantaba, y acariciaba su vientre con amor. Al igual que su padre, quien siempre fue alguien demasiado orgulloso y preocupado por el bienestar de su pequeña familia.
Muy borrosamente, como si de un sueño se tratase, Kouyou recordaba el día en que nació Chuuya. Fue un día lleno de felicidad y sorpresas. Esa vez volvió a ver a sus tíos, quienes vivían en Francia y muy pocas veces en su corta vida los había visto (o al menos eso recordaba la frágil memoria de la pequeña Kouyou. Porque Paul y Arthur tenían pruebas audiovisuales de que estuvieron en el nacimiento de la niña y en sus cuatro primeros cumpleaños).
Entonces sí, Chuuya siempre estuvo rodeado de amor. Ya fuese por sus difuntos padres biológicos, su hermana mayor, o sus tíos (o mejor dicho, padres adoptivos). No fue hasta los cinco años que Chuuya fue consciente de algo. Por lo que se acercó a Arthur para preguntar por aquello que al parecer siempre había estado allí y que podía ver, pero no tocar.
—¿Sucede algo, mon chéri? —preguntó Arthur cuando el pequeño niño pelirrojo se acercó haciendo sonar sus pequeñas pisadas en el suelo.
—Papá... ¿Qué es esto? ¿Por qué no puedo quitarlo? —preguntó el niño con grandes y brillantes ojos azules.
Arthur quedó perplejo ante el pequeño dedo meñique que Chuuya levantaba. Entonces el hombre se enderezó y dejó de lado su tarea de servir el desayuno.
—Mh... —murmuró mientras se agachaba a la altura del menor, observando el pequeño dedo y actuando de forma misteriosa para poder causar más intriga en el niño.
Arthur no veía lo que Chuuya sí, pero sabía perfectamente a qué se refería su hijo. Sabía que aquella pregunta llegaría en algún momento.
—¿No te gusta, Chuuya? —preguntó con una sonrisa cariñosa.
Chuuya observó el hilo enredado en su meñique, entonces sonrió y sus ojos brillaron.
—Me gusta. Su color es bonito, pero ¿por qué está allí y no puedo sacarlo?
Arthur estaba feliz de escuchar eso. Pues indicaba que el alma gemela de Chuuya efectivamente existía. Y si con "su color es bonito" quería decir que era de un rojo vibrante, era una señal de que todo estaba bien con la persona al otro lado del hilo.
«Todo estará bien, entonces», fue lo que pensó Arthur. Su niño merecía ser feliz y amado.
Y si bien explicar el concepto del hilo rojo podía ser complejo para un niño tan pequeño, Arthur intentaría hacerlo lo más simple posible.
—No puedes tocarlo porque ese pequeño hilo te ata a una personita muy especial. Y para encontrarla, no puedes cortarlo. Y mucho menos sacarlo, Chuuya.
—¿Alguien especial? —preguntó con los ojos brillando de emoción.
—Así es —afirmó Arthur mientras daba un toquecito con su dedo índice en la pequeña nariz del niño—. Alguien que te va a amar mucho, y te va a hacer muy feliz.
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Red Connection • Soukoku • Finalizada
FanfictionDesde niño a Nakahara Chuuya se le habló sobre la importancia del brillante hilo rojo que estaba atado a su dedo meñique. "Ese hilo te ata a una persona muy especial. Y para encontrarla, no puedes cortarlo", "te amará tanto como nosotros a ti", le...