40. La distancia

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Envuelvo mi pierna en un pedazo de tela, la cual anteriormente pertenecía a mi camisa. Luego del exasperante suceso de anoche me di cuenta algo tarde de que la sangre caía seguidamente de mi rodilla. No tengo la menor idea de con que fue lo que me lastimé, pero según lo dicho por Daryl, no me di cuenta y golpee mi rodilla contra un pedazo de madera salido o algo por el estilo.

La puta madre.— me quejé al sentir como la herida era apretujada por la sucia tela. Pero era necesario— Ya me puse esta maldita cosa, ahora sí ayudaré.— apoyo ambas manos a mis costados y haciendo fuerza logro levantarme lentamente, aunque pronto unas manos me vuelven a sentar con sumo cuidado y delicadeza.

—Ni lo sueñes.— habló Daryl— Tú te quedas aquí, y por hoy, no harás nada.

—Daryl, todos están haciendo algo. Hasta Judith.— señalo a la niña, ella jugaba felizmente con dos palitos— No puedo quedarme aquí observando a todos trabajar y... jugar mientras yo no hago nada.

—Tienes que reposar.— interfirió Rick.

—No quiero dormir.— me crucé de brazos cual niña.

—No duermas entonces, pero esa pierna debe mantenerse quieta. Deja a la herida tomarse un poco de tiempo, es lo único que podemos hacer.

—Y justo en un momento que no tenemos un carajo de medicamentos.— Dixon patea una piedra, impactándola contra la puerta de uno de los establos.

—Justamente por eso. Descansa Vero, ¿Sí?— Rick me miro amablemente, y no me quedo más que asentir con un gesto sincero.

Ambos se volvieron a alejar, un poco dudosos de dejarme a solas, pero vuelven a lo que hacían. Daryl limpia su ballesta y Rick se encarga de cuidar a la niña.

—Hola...— la voz de Maggie llega hasta mis oídos. Volteo, ella está abriendo lentamente las puertas— Amigos. Él es Aaron.

Sonrío inconscientemente al ver como casi todos se remueven en sus lugares y toman su arma, apuntando al pobre muchacho y comenzando a aproximarse peligrosamente hacia él. Claro, todos a excepción de Ty, él solo mira desconfiado. Es mi puto ídolo.

—Lo vimos afuera, estaba solo.— observaba de reojo a Dixon, quien se apresuró a cerrar las puertas y  a revisar al desconocido— Tomamos sus armas y su mochila.

—Hola.— saludó en un tono casi insonoro. Una carcajada —que por cierto hizo que las punzantes miradas de mi grupo estén sobre mí— salió de mis labios en cuanto Judith comenzó a llorar.— Es un placer conocerlos.— trató de acercarse, primer error. Daryl desde atrás tironeó la capucha de su abrigo, y se vio obligado a mantenerse en su lugar, con ambas manos aún arriba.

—Dame su arma.— habló Grimes, que segundos atrás había entregado a la pequeña a brazos de su hermano.

Maggie obedeció y le entregó dicha arma, bastante pequeña por cierto.

—¿Te puedo ayudar?— volvió a hablar luego de, por alguna razón, darme el arma. Elevé una punta de mis labios en media sonrisa, y claramente tomé el arma de fuego. Voltee apenas y apunté al asustado chico. Él me mira con sorpresa.

—Tiene un campamento. No está muy lejos. Quiere que hagamos una adición para entrar.

—No es la mejor palabra.— comenzó con una pequeña sonrisa, se me hizo una bastante tierna, pero ese idiota pensamiento se eliminó casi al momento de pensar que una vez más podría ser un engaño— Audición suena como una competencia de baile, eso hacemos los viernes.— trató de bromear— Y no es un campamento, es una comunidad. Yo creo que todos nos serían muy útiles. Pero no lo decido yo. Mi trabajo es convencerlos de que deben venir conmigo.

DESDE PEQUEÑOS│𝑐𝑎𝑟𝑙 𝑔𝑟𝑖𝑚𝑒𝑠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora