DESDE PEQUEÑOS│𝑐𝑎𝑟𝑙 𝑔𝑟𝑖𝑚𝑒𝑠

16. Semilla

Rick se adelanta a ingresar en la casa, acabando de un tiro entre los ojos con uno de los muertos dentro, T-dog le sigue enterrando un fierro en el cráneo del otro. Soy la última en entrar, luego de Carl. Mis brazos sostienen firmemente el arco apuntando hacía el frente, anticipando mi resguardo por si algún muerto que aparece de la nada se abalanzaba contra mí. La última vez necesité la ayuda de alguien más para liberarme de esa situación.

 Mis pasos son sigilosos, hace meses que estoy poniendo en práctica mi capacidad para examinar lugares como este, quiero hacerlo por mi cuenta. Sé que podría sin que todos me acompañen, dejando básicamente solos a los más vulnerables.
Descanso con el mayor cuidado mi espalda en la pared, a unos pocos centímetros de mí hay una puerta, su pintura era un marrón desgastado y feo. Luego de contar hasta tres interiormente, entro. El sitio es un desastre, el polvo encima de la mayoría de los objetos y las gruesas telas de arañas. Camino hasta las alacenas, abriendo bruscamente sus pequeñas puertas y revisando con prisa su escaso contenido. Mi altura me obliga a estirar mis piernas y brazos.

Por la puerta pasan Rick y Carl, dispuestos a ayudarme con la búsqueda de algún comestible, que, hasta ahora, no había tenido resultados.

Decido seguir recorriendo la casa, por mi cuenta. No busco nada en particular, solo tengo la necesidad de revisarlo correctamente. Subo las escaleras, tratando de que el crujido algo inquietante de las maderas no me exhiba ante algún peligro de allá arriba.
El pasillo es pequeño, pero hay cuatro entradas opcionales. Entro a una al azar.

Coloco mi mano en la astillada madera de la puerta, rozando con los dedos de mi otra mano el mango del cuchillo enfundando en mi cadera. Impulso la puerta de repente, una bomba de color rosa cae sobre mi vista. Arrugo mi nariz con incomodidad, los escalofríos erizan los pelos de mi nuca, no solo son las paredes las que están pintadas de un rosa que lucía apagado y antiguo, sino que también lo estaban la gran mayoría de muebles en este cuarto.

Tal vez lucía mejor antes. Todo era mejor antes.

La habitación no está tan deshecha como el resto de la casa. Y ahora, lo que te alarma es que las cosas no estén hechas un desastre. Así que esa es otra razón por la cual puedo sentir la piel de gallina creándose en mis brazos.
Mis ojos posan sobre un pequeño cuadro, estaba lleno de fotos. La luz del sol entrando por un gran ventanal golpeaba justamente en aquel marco, dejando visible cualquier tipo de detalle en las imágenes imprimidas a color que contiene. Dos adolescentes de unos pocos años más que yo posaban en la foto, abrazándose levemente y sonriendo, expresando diversión y felicidad en sus rostros. Una sonrisa triste se dibuja en mis labios al preguntarme si es que en algún momento de mi vida, lograré encontrar a alguien con el que me vea y sea unida, como ambas muchachas. Como la mejor amiga de mamá, admiraba su historia, les pedía que me la repitieran cada que convenía en la conversación. Hasta ahora, todas mis oportunidades de crear un lazo de una fuerte o al menos duradera amistad se ven interrumpidas, algunas se deben a que estén muertas, otras a que se hayan retirado de mi vida inesperadamente, y hay un caso en especial que se debe a que soy una idiota e insensible persona. 

Sigo recorriendo el cuarto, tratando de no detenerme por cosas que no son útiles. Esa era una de las principales cosas que debía aprender, entrar, revisar, retirarse. No tenía que quedarme vagando por el lugar, tengo ser rápida y astuta.
Revuelvo cajones, cajas, mochilas y estantes, hasta que logro encontrar algo que realmente es necesario. Bueno, no del todo, pero si era muy especial. Tomo un peluche de tamaño mediano. Su pelaje era marrón, y, a pesar de la tierra, algo suave. Bajo su cuello había un pequeño moño azulado con pequeños puntos blancos. Abro mi mochila y meto el animal de juguete, sin borrar la sonrisa en mis labios.