7. Guarda la última

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—Andando.— musita Glenn al estacionar la camioneta.

Bajan del vehículo. El viaje hasta donde les había indicado la muchacha no había sido tan largo, pero aún así, la noche ya había caído. El sitio estaba bastante oscuro, a excepción de la iluminación de la luna, lo único que brindaba luz eran las luces que sobresalían de las ventanas de aquella humilde casa. 
 Todo se ve muy tranquilo, silencioso, limpio. Es como si al lugar no le hubiesen llegado noticias de que el mundo estaba ardiendo con ellos aún en el.

Era un lugar pacífico, uno privado, y estamos invadiendo sus tierras. Tal vez el presentimiento de Verónica era algo desproporcionado, pero ella teme a como se tomarían los dueños del espacioso campo que un grupo de desconocidos llegue como si nada a su hogar.
Quizá estaba exagerando, puede que sean personas amables y consideradas. O todo lo contrario, que sean hombres. Hombres como los del edificio en el que vivía, hombres como el papá de Sophia.

Sophia. 

Se aproximan al porche de la casa. Los nervios de Verónica y su mal presentimiento aumentan al visualizar gotas de sangre sobre los escalones de madera. Aún estaban algo frescas.

—¿Tocamos timbre?— eleva su vista hacia los hombres a su lado. T-dog apenas volteo, estaba muy mal.

—Parece que hay gente viviendo aquí.— Agrega el asiático.

—Ya no hacemos ese tipo de cosas ¿no?— dice T-dog, acercándose a la puerta. Los dos lo siguen, algo dudosos.— El ser considerado.

—¿Cerraron la puerta del camino cuando entraron?— Una voz femenina los detiene. Voltean levemente y se encuentran con la misma chica de hace unas horas. Ella estaba sentada en una pequeña silla de madera, sus brazos sobre sus rodillas y su cabeza sobre ellos. 

Glenn tartamudea un poco al querer contestar, formando una pequeña sonrisa en los labios de la menor. Ahora entiende la razón de porque Glenn se acomodaba el cabello en el camino.

—Sí, la cerramos — contesta al fin— le pusimos el pestillo y todo — La chica se acomoda nuevamente, con la vista sobre los tres—. Hola, me alegro de verte de nuevo. Nos conocimos antes, brevemente.

—Mira, vinimos a ayudar. ¿Hay algo que podamos hacer?— La joven se para de su lugar para acercarse. Abre la boca para contestar, pero se detiene posando sus ojos sobre la herida de T-dog.—No es una mordida. Aunque me corte muy feo.

—Le echaremos un vistazo. Les avisaré que llegaron.

—Tenemos analgésicos y antibióticos.— saca un pote de cada uno.— Ya le di un par.— Mira a T-dog.

—Por si Carl los necesita.— agrega la castaña. La amable chica le dedica una sonrisa a la pequeña, quien se la devuelve. 

—Pasen. Les prepararé algo de comer.— Abre la puerta y los recibe.



Al abrir la puerta que la joven les indicó, se topan con una triste escena. La pareja Grimes esta sentada a un lado de una cama doble, sus ojos estaban sobre su pequeño hijo, mientras tomaban su mano. A un lado hay un anciano, atendiéndolo.

Los tres se miran entre sí, angustiados y sorprendidos ante la situación. Glenn se quita la gorra, en señal de respeto.

—Hola.— Saluda Rhee. Las palabras no salen de la boca de la pequeña, ver a su amigo así le deja un nudo en la garganta. Se veía tan débil.

—Hola.— Responde en un tono bajo. El hombre mayor se levanta, mirando a los tres que para él eran completos desconocidos.

—Estamos aquí, ¿Está bien?

DESDE PEQUEÑOS│𝑐𝑎𝑟𝑙 𝑔𝑟𝑖𝑚𝑒𝑠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora