Esqueletos en el armario

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El tiempo que pasaban juntos era sumamente precioso para ambos, de no ser por que doña Mitzi lo enviaba cada noche a dormir a casa de Juan, el permanecería las 24 horas del día junto a Nayuribe.

Soraya y Sofía regresaron a San José sin Javier, un poco dolidas pero a la vez resignadas de que el muchacho estaba cambiando. Ahora, lo poco que lo pudieron ver durante esos días, notaron que su semblante había cambiado, dormía mejor y pasaba más alegre, Ahora hasta se veía de la edad que realmente tenía.

Juan estaba sorprendido que después de casi tres semanas, su amigo seguía tan entusiasmado cómo el primer día y por sorprendente que pareciera para un místico, cada día lo veía más cercano a la mujer.

Javier descubrió un tipo de relación en la que la parte física se le estaba negada por el momento, pero la espiritual era cada vez más cercana. Sus paseos por los senderos eran cosa de todos los días, llevaban comida para no tener que regresar a casa si no hasta muy tarde. Además de las caminatas Javier pasaba tiempo con la abuela Mitzi, le recordaba a su madre y trataba por todos los medios de mantenerla chineada ayudándola con los quehacer del hogar y reparando un poco el viejo rancho. Se dió cuenta que poseía habilidad manual, después de todo no era un bueno para nada, al contrario se le daba muy bien. Juan al saber de las reparaciones que su amigo le estaba haciendo a la casa de Mitzi, pasaba de vez en cuando para darle una mano y enseñarle a Javier trucos de carpintería para hacer mejor los trabajos.

Nayuribe seguía trabajando, pero en línea. Ya que sacó un permiso de todo un mes para permanecer en la Zona Sur, así que solo estaba de asesora durante algunas horas durante el día.

Una noche, mientras veían el espectáculo de las luciérnagas, hablaron de qué tan místico era cada uno de ellos.

—Oh si, el viejo truco de pasar un par de días súper pendiente del objetivo y luego desaparecer, ese es cruel pero efectivo. Causa tanta ansiedad que al final quieren verte sea cómo sea—dijo Nayuribe con ojos de picardía.

—Vaya y yo que iba a patentar ese toquezazo. Nayu, dime ¿fuimos malas personas por aprovecharnos de a quienes les gustábamos?— Javier comenzó a deshojar una florecilla silvestre.

—Lo he pensado muchas veces y he llegado a la conclusión que así es, para todos ellos o para la mayoría somos unos malditos. Esa chica que te maldijo...Cindy, háblame de ella. Según Mína ella tiene mucha fuerza en su interior y aunque muchas te habían maldecido antes y después que ella, ninguna tuvo el efecto que le dió esta chica—

—No se tu, pero yo nunca engañé a ninguna con mis palabras. Siempre fui directo y a ninguna le baje la luna. Quizá mi error con ella fue que era muy joven en aquel tiempo, menor de edad. Le faltaba poco para los 18 pero la mentalidad y madurez de una persona no se adquieren junto con la cedula de identidad, si lo sabré yo. Con ella no pasé de unos besillos todos sin gracias pero al parecer eran sus primeros besos. La juzgué mal, creía que todas las de 15 para arriba ya estaban iniciadas pero no es así, no con Cindy. Ahora pienso que su amor era puro y así de pura su maldición. Diay no sé, quizá me equivoco—

—Éramos políticamente correctos. No mentíamos con nuestras palabras para no herir ni pasar por malas personas, pero sí con nuestras acciones. Yo buscaba mi alma gemela y tú ¿qué buscabas?—

—Algo de venganza y otro tanto satisfacer mi orgullo. Quería probarme a mí mismo que Soraya estaba equivocada y yo no era el inocentón que ella me dijo que yo era. Ambas eran razones equivocadas—

—Ambos teníamos nuestra razones, pero te has puesto a pensar en ¿qué pasaba con esas personas a la cuales les hacíamos sentir especiales y luego desechábamos cuando nos aburríamos? Tengo una larga lista de hombres que me aman y odian a la vez. Siempre les digo el "Hey, amigo vos sabes que nunca hablamos de ser más que amigos, todo lo que pasamos fue porque tu quisiste" Al final ellos se sentían responsables de buscarme y yo me lavaba las manos de toda culpa—

—Así es, ahora que lo dices así, pienso que manipular los puntos débiles de los objetivos nos hace ser los malos de la película. Nayuribe, ¿Crees que merecemos hallar la felicidad a pesar de haber sido tan ratas?—

—Por supuesto que sí amor, estando juntos dejaremos de dañar a terceros. Eso pienso y creo yo, igual nunca los obligamos a nada, bueno no con un arma en la mano—

—Nayu, me he dado cuenta que la parte psicológica es la más peligrosa, quién sepa manipular la mente tiene la ventaja. Yo no soy muy listo para muchas cosas, pero se me da muy bien ser el buen chico que no mata una mosca. Las mujeres confían en mí con facilidad, soy mal mentiroso así que no miento para evitar tener que recordar dobles mentiras y eso siempre me ha dado puntos extras. Hubo una mujer, Magdalena, a quién creo que quise mucho, pero no se puede comparar con lo que siento por vos—

—Tienes un larga lista y también yo, es hora de sacar a los esqueletos del armario y darles sepultura— en ese instante Nayuribe cambia el tono de su voz a una mas melosa y sutil, toma una de las manos de Javier y la dirige lentamente hacia su cabellera. Javier al tocar aquel sedoso cabello afro, sintió un mareo cómo si el aire no le pudiera llegar bien a los pulmones ni la sangre al cerebro—Es luna llena, ¿no te habías dado cuenta?—

Javier miró al cielo y la luna le sonrió, él juraba que la vio sonreír. Colocó ambas manos entre sus cabellos y la acercó a su rostro, dándole el beso más dulce que jamás había dado en su vida. Tanta emoción revolvió en su interior aquel contacto, que sus ojos se humedecieron un poco. Arrojaron todos aquellos esqueletos guardados en sus armarios personales y todos fueron a dar a una fosa común, sin nombres, sin historias ni pasados, cómo si ninguno hubiera existido antes de este preciso momento.

Las ropas fueron quitadas del camino pues estorbaban, les daba comezón. Sobre el lecho de pasto salvaje acomodaron sus cuerpos ajenos al entorno. No temieron a los insectos o a las culebras que los rondaban, en ese instante eran dos partes de un todo que al fin se encontraron. Un encuentro que se extendió hasta el amanecer pues ninguno lograba saciarse del otro. Separaron sus cuerpo cuando escucharon que uno de los chicos que repartían el pan montado en su bicicleta se acercaba silbando. Aunque estaban lejos de la calle prefirieron vestirse e ir a casa por el desayuno. Ya cuando la sangre y los cuerpo se iban enfriando, tomaron conciencia de que no se habían detenido desde que iniciaron.

—¿Tu abuelita tiene ungüento de mentol en casa?—pregunto el muchacho al sentir cómo los músculos de las piernas se iban arratonando.

—Si ella tiene, lo hace ella misma. Vaya que espero que tenga suficiente y nos alcance para los dos— Y reían como adolecentes mientras hablaban de lo que Doña Mitzi les diría al llegar.

La anciana mujer ya los esperaba junto con Vida al lado de la higuera que se encontraba al límite de la propiedad. Al tener al muchacho en frente lo abrazó y le dio su bendición. Los llevó al interior para alimentarlos y de paso avergonzarlos con comentarios pasados de tono y totalmente inapropiados.

Javier Un Carajo MísticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora