V. El desconocido

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Diez de la noche marcaba el reloj cucú en la sala de la familia Katsuki. Era un miércoles como cualquier otro en el que Toshiya leía un libro en la sala y su esposa Hiroko hacía lo mismo, pero con una revista.

De pronto se escucharon pasos estridentes bajando por las escaleras.

―¡Papá, Mamá, me voy a pasear a Makkachin!

―¿No es muy tarde para que salgas con ella, hijo? ―preguntó Toshiya.

La puerta se cerró rápidamente antes de recibir respuesta alguna. Ambos padres intercambiaron miradas, suspiraron y volvieron a su lectura.

Yuuri Katsuki trotó feliz en dirección al pequeño bosque que se alzaba a poca distancia de su casa. Su peluda amiga estaba tan emocionada que brincaba como cachorrita juguetona.

Ese día no había podido ir a sacarla temprano. Sus citas se lo habían impedido.

Suspiró. Tres bancos habían rechazado su proyecto sin dejarlo siquiera explicar mucho su plan.

Sus padres habían sido muy comprensivos cuando Yuuri les había pedido regresar a casa con el fin de ahorrar el dinero que gastaba en renta para poder hacer su sueño realidad.

Pero nada había sido como se lo había imaginado. Nadie estaba interesado en un pequeño productor agrícola deseoso de expandir tierras para ofrecer productos bio de calidad. Eso no era para el banco tan interesante ni lucrativo. Y quizás no lo era. Yuuri no quería ser millonario ni tener el mundo a sus pies. Él sólo quería seguir disfrutando de lo que hacía y vivir decentemente con ello. No ansiaba más. No era un chico petulante ni ambicioso. Pero sabía lo que quería y seguiría luchando para conseguirlo.

Cuando el viento helado lo regresó a la realidad no vio a Makkachin por ningún lado. Seguro algo habría encontrado en el bosque.

Aceleró sus pasos y empezó a escuchar pequeños gemidos seguidos de lengüetazos.

―¿Makka? ―llamó con tono inseguro.

Escuchó a Makkachin llorar y pronto la vio regresando a él, corriendo desesperada. Empezó a gruñir mientras lo jalaba del pantalón y su amo no entendía lo que pasaba con ella.

―¡Calma, Makka! ¿Qué pasa?

Su peluda amiga siguió gruñendo hasta que el joven se dejó llevar.

Quizás Makkachin había encontrado algún ave herida u otro animalito del bosque.

Su respiración fue entrecortándose cuando pudo divisar que frente a él, exactamente donde Makkachin lo estaba llevando, un bulto muy grande se encontraba tirado en el piso.

Eso no podía ser un pequeño animal.

Yuuri se detuvo en seco al pensar en la cantidad de cosas que ese bulto podía ser. Makkachin siguió jalando sin éxito a su amo, por lo que rendida, lo soltó y regresó donde se encontraba el bulto, gimoteando y lamiéndolo suavemente.

La primera impresión de terror pasó lentamente y, aunque el corazón de Yuuri no dejaba de latir como un enjambre de avispas, fue acercándose despacio a donde se encontraba su canina amiga.

Le estaba siendo difícil respirar. Podía sentir muy cerca el ataque de pánico que empezaba a apoderarse de su cuerpo. A los pocos metros de Makkachin sabía que ese bulto era una persona.

Sudor caía por sus sienes y tuvo que quitarse los anteojos para limpiarlos.

Aquel hombre se encontraba tirado, sin movimiento alguno, aunque se escuchaba un pequeño gemido casi inaudible, lo que calmó en un primer momento a Yuuri.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora