XLVII: Las palabras duelen

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“Yo te aseguro que estaré donde tú estés, no fallaré. Resérvame el mejor abrazo, iré aunque sea descalzo.”

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Mischa sintió cómo el calor del cuerpo abrazándolo lo cubrió y, lentamente, se atrevió a respirar de nuevo. No sabía en qué momento había empezado a contener el aliento. Cerró los ojos  y  sintió que su cuello se mojaba. El temblor del cuerpo de Chris hacía que temblara él mismo. El gimoteo suave del chico suave lo derritió y contestó el abrazo lo mejor que podía. 

 ―Estás bien. ¡Dios, estás bien! ―exclamó Chris soltándose un poco para poder mirarlo a los ojos. Los suyos, aunque algo rojos, se posaron en los turquesas profundos del otro y sus manos lentamente encontraron el camino hacia su rostro.

Mischa sonrió tímidamente sin poder evitarlo. El olor de Chris, la calidez de sus manos sobre sus mejillas, su mirada profunda y aliviada causaron que poco a poco él se sintiera cómodo con el contacto y asintió suavemente.

―Chris, yo...

―Vamos adentro, no quiero verte en la calle ―sugirió Chris―. Creo que tenemos mucho de qué hablar. 

Ambos se movieron, uno al lado del otro, acercándose a la entrada, cuando un grito desde la calle rompió la burbuja en la que se encontraban.

―¡Oiga, mueva el maldito auto de una buena vez!

El grito iracundo de un hombre que tocaba la bocina con fuerza detrás del auto abandonado de Chris fue apoyado por dos conductores más que esperaban que aquel auto desapareciera. 

―¡Maldición! ―exclamó―. Por favor, entra, ahorita voy.

Chris corrió hacia el auto a prisa, encendiéndolo de inmediato. Mischa observó a Chris mover de mala manera el auto antes de pasar por el umbral del edificio de los Plisetsky.

Tenía una sensación muy extraña, como si hubiera una tormenta originándose en su pecho, moviendo todo a su paso. Suspiró y sintió como si  saliera el último vestigio de fuerza que tenía. Sus piernas se sintieron de gelatina y tuvo la necesidad de sentarse en el sofá del recibidor.

Había pasado tanto tiempo en esa última semana pensando en este reencuentro que ahora no parecía vivirlo de verdad. Se sentía flotar en medio de una nube, como si la realidad no fuera real. Encontrarse con Chris no solo era encontrarse con alguien de su pasado, era encontrarse con alguien de su familia, alguien que lo conocía, incluso que lo quería. 

Se cubrió el rostro con las palmas de sus manos y soltó una pequeña risa agotada. No lo podía creer. Estaba algo molesto consigo mismo por ser tan débil. Horas atrás se había sentido tan furioso con Chris que en verdad no podía creer cómo ahora ese sentimiento se había transformado en algo totalmente diferente. Se sentía emocionado, a tal punto que su corazón latía con desenfreno.

―¿Estás bien? ―El sofá pareció hundirse a su lado. La voz profunda y preocupada de Chris junto al roce de su mano sobre su pierna pareció llenarlo nuevamente de energía. Separó sus manos de su rostro y lo volteó a mirar tratando de sonreír lo mejor que podía para darle paz al otro hombre.

―Estoy bien, solo que, no lo sé, me siento emocionado y ansioso, todo a la vez.

El brillo en los ojos de Chris y su sonrisa llena de ternura fueron como un caluroso manto que lo ayudó a recuperar un poco de tranquilidad.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora