XXXVIII. Apostar por el amor

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Cuando Mischa despertó, Makkachin era la única que lo acompañaba sobre la cama.

Traía puesto un sombrero de chef y su cola se movía para todos lados emocionada.

Mischa no pudo evitar brindarle su mejor sonrisa. Makkachin se echó buscando cariño, llorando como bebé, y lo obtuvo segundos después a través de las caricias del novio de su amo.

Minutos más tarde, la perrita estaba rendida a sus pies y Yuuri se apareció por la puerta del dormitorio, sosteniendo una bandeja con el desayuno. Su torso desnudo, acompañado tan solo de unos pantalones de deporte, hicieron que el corazón del mayordomo latiera a velocidades insospechadas.

―Ese desayuno se ve buenísimo―exclamó Mischa mordiéndose los labios, pensando no sólo en el desayuno.

―La chef Makkachin ante usted, mi señor, fue la responsable de preparar este banquete―Yuuri puso una cara seria y Makkachin emitió un ladrido cuando ambos voltearon a mirarla.

―Mi heroína―comentó Mischa, riéndose.

―Ella insistió, yo sólo fui su asistente―agregó Yuuri.

―¿Y esa rosa?―preguntó Mischa curioso al ver sobre la bandeja del desayuno un pequeño florero de vidrio resaltaba con una flor.― Normalmente no tienes flores en la casa.

―Sí, pero esta es muy especial―contestó Yuuri haciendo un guiño coqueto― porque ha crecido en mi corazón...

Mischa sostuvo la bandeja para que Yuuri se sentara a su lado y, luego de encontrar la etiqueta se rió.

―¡No mientas, esta rosa ha crecido en una fábrica china, es de plástico!

Yuuri rió al ser descubierto y el sonido de esa risa iluminó de pronto la vida de Mischa, quien le regaló la sonrisa más acorazonada del mundo. La risa de Yuuri era su sonido favorito en el mundo. Con ella todo parecía encajar perfecto en su corazón.

Yuuri se acercó a robarle un beso y Mischa lo aceptó gustoso, embobado después por esos ojos almendrados que a veces parecían quemar como brasas.

―Bueno, amor, lo que vale es la intención, ¿no?

Y Mischa no pudo evitar hacer un puchero y exigir con ello otro beso, uno delicioso cargado de sentimientos y de tranquilidad. Ambos sabían que tenerse hacía la vida más bella, más calma, más llevadera.

Mischa sentía que en los labios de Yuuri podía morir mil veces y muchas más. Había toda una vida nueva allí, había luz y música y amor, mucho amor para dar.

Desayunaron felices, con Makkachin a su lado, conversando de todo lo que les quedaba por contar. Decidieron tomarse la mañana con calma después del desayuno y sentarse un buen tiempo en el sofá.

Amaban compartir tiempo juntos sin necesidad de hacer cosas de a dos. Yuuri, sentado, se concentró en su celular en silencio y Mischa, echado y con la cabeza sobre el regazo de Yuuri, se concentró en uno de sus libros. Se creó una atmósfera cálida, agradable y falta de palabras. De rato en rato cruzaban miradas cómplices, Yuuri le acariciaba el cabello y Mischa le robaba pequeños besos todas las veces que podía, aprovechando el tiempo, sencillamente disfrutándolo.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora