XIII.Chris

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Frente a un hotel cercano al sitio donde habían celebrado, un grupo de jóvenes se detuvo algo eufórico, entre risas y frases sin sentido.

Un chico de cabellos negros y anteojos se paró frente a la puerta del recinto con una sonrisa y algunos tragos de más.

―Muchas gracias por acompañarme, no se hubieran molestado.

―No es una molestia, Yuuri―contestó el muchacho de ojos verdes y cabello rubio, coqueto y sonriente como siempre―, ahora tienes mi número y yo tengo el tuyo. La próxima vez que vengas por Moscú, avísanos.

Yuuri desapareció al entrar al hotel y luego el grupo de amigos se fue disolviendo. Algunos tomaron un taxi, otros siguieron caminos contrarios a pie, otros fueron de a dos a tomar el metro. Todos sabían que irían a darse un buen descanso.

Todos excepto Chris. Llegó caminando a su casa, sin compañía y algo tambaleante.

El sonido de las llaves chocando contra la cómoda junto a la entrada rompió el silencio de su hermoso y lujoso departamento, muy cerca a donde habían estado.

Había sido una noche como tantas, perdido entre superficialidades que lo mantenía cuerdo por un par de horas.

Era en uno de esos días en los que conocía gente como Yuuri Katsuki, que se ponía a pensar más en él.

Había encontrado en la mirada del joven algo de inocencia que muchas veces solía encontrar en los ojos de Victor.

Emitió un profundo suspiro.

"Victor", pensó.

Fue tambaleando lentamente hasta su cuarto, quitándose de a poco lo que llevaba puesto, hasta que se quedó sólo con su ropa interior negra. Sabía que todo era una actuación, una fachada ante los demás que le funcionaba muy bien.
Era un profesional en ocultar lo que sentía.
Sin preocupaciones, era posible imaginarse una vida feliz.
Era más fácil para él perderse entre la multitud y las nimiedades del espectáculo y las amistades falsas, que tratar de analizar lo que sentía.

No quería analizar.

Sencillamente no quería sentir nada.

Y se negaba a sentir algo, porque tan pronto regresaba a la realidad, a puerta cerrada y sin nadie alrededor, se volvía a encontrar con la tristeza y, con menos frecuencia, también con las lágrimas.

Odiaba llorar pero a veces no le quedaba de otra. Pensaba en los "si tan solo" y no podía evitar sentirse mal.

Ese día no lo había invitado a quedarse en su casa. Ese día, en el que había perdido el ascenso, lo había tratado de animar con trago, con mucho trago. Y así, borracho como había estado, lo había dejado ir.

Jamás hubiera creído que sería la última vez que lo vería vivo.

Y por eso la culpa, muy bien guardada, le hacía mella cuando se acostaba y se levantaba.

Había sido un imbécil insensible. Un idiota que no se había puesto a pensar verdaderamente en el bienestar de su hermano.
Quizás Victor no hubiera desaparecido si él hubiera tratado de ahondar más en sus sentimientos.

¿Por qué había querido solucionar la tristeza y decepción de su hermano como si solucionara un mal día como cualquier otro?
¿Por qué no se había tomado la molestia de ahondar en lo que Victor sentía? ¿Por qué no lo había obligado a pasar la noche con él, a buen recaudo?

Lo había dejado solo. Solo y sin tener ni una maldita idea de lo que debía hacer.

Victor no tenía a nadie más. Sólo lo tenía a él. Y él sólo lo había emborrachado y lo había dejado en la calle, como si no le importara su vida. Como si no supiera que era el hermano que más quería y respetaba.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora