XXXV. Celos y amor van de la mano

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Advertencia: Este capítulo contiene Vicyuu

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La habitación, llena de muebles de roble y paneles de madera con detalles dorados, lucía imponente ante cualquier visita. Llevaba trabajando en ella casi dos décadas y no se arrepentía. Había llegado allí a punta de esfuerzo, sacrificio y nada de vergüenza.

Celestino Cialdini era un hombre agradable para todo el que lo conocía. Tenía una sonrisa enorme, jamás maltrataba a nadie, brindaba ayuda a cualquier colega que se le acercara y tenía una enorme cuenta en un banco en Suiza.

Pero no veía a sus dos hijos desde hacía 8 años, cuando su esposa le había pedido el divorcio después de descubrir que se acostaba con su secretaria. A sus dos retoños no les hizo gracia el ver a su madre destrozada, Así que para nadie fue sorpresa cuando no quisieron escuchar las excusas que él les dio para justificar su infidelidad. Después de todo, Celestino nunca había estado presente en sus vidas. Y fue así, sin más, que Cialdini dejó de tener una familia.

Aún, perdiendo lo que muchos llamarían el mayor tesoro de su vida, él no era capaz de arrepentirse. En su vida nunca le había dado espacio a los remordimientos, el mirar atrás sólo traía dolor y el dolor no era productivo, por tanto, no valía la pena.

Esa oficina que le había proporcionado éxito y reconocimiento sí lo valía. Había entregado su vida a Vasílevich, Smirnov & Asociados y había sido para mejor. Ahora tenía el dinero que quería, aún más con los tratos millonarios que había conseguido a través de sus contactos.

Aunque en esas últimas semanas no había estado muy feliz, no desde que había visto el fantasma de Victor Nikiforov saliendo de un restaurante de Moscú. Era esa la razón por la que se encontraba allí, al teléfono, golpeteando con sus dedos impacientes sobre el escritorio.

―¿Aló?―Alguien por fin contestó.

―¿Acaso estás tratando de evitarme?―preguntó hastiado con el auricular reposando junto a su oído.

―No se olvide que usted no es el sol, Cialdini―La frase parecía una advertencia―. Tengo otros clientes, no todo gira a su alrededor.

―Sólo te encargué un puto trabajo: ¡Desaparecer a Nikiforov!

―¡Y lo desaparecí!

―¡Entonces, explícame por qué diablos me lo encontré hace un par de semanas en un restaurante de Moscú, de lo más feliz de la vida!

Un silencio sepulcral fue lo único como respuesta.

―¡Termina tu trabajo de una maldita vez si no quieres ser tú el que vaya a desaparecer!

Celestino no pudo evitar que la rabia contenida explotara y colgó agresivo el teléfono. No tenía tiempo para más drama. Tenía una cita con Mila y mucha hambre encima.

C

erró los ojos y suspiró profundo. Era momento de regresar a su forma habitual de ser. Se miró al espejo por un largo tiempo, acomodándose el cabello y, ahora relajado, fue con su mejor sonrisa a buscar a su pareja. Estaba seguro que sería un buen día.

 Estaba seguro que sería un buen día

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Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora