Un lunes a las 6:30 de la mañana Yuri Plisetsky se hallaba sentado con su abuelo Nikolai en su pequeña y sencilla camioneta Lada Niva del año 2015. El joven llevaba una maleta con aquellos patines regalados por Mischa, agua, toallas, ropa extra para cambiarse y toda una parafernalia de artículos deportivos que eran necesarios y no tan necesarios para empezar el primer día de su nueva vida como patinador artístico.
Su plan era dejar la emoción agobiante arropada en la cama para dar su mejor rendimiento sin interrupciones de nervios ni nada, pero no fue capaz, menos porque su lecho había sido testigo del insomnio del día anterior.
Se sentía muy ansioso, tenía la esperanza de dejar a todos con la boca abierta ese día. Era su primera clase de patinaje con su nuevo instructor, Pavel Morózov. Debido a un problema familiar, el entrenador había tenido que aplazar las clases por varias semanas hasta que ese día por fin se podía hacer realidad el primero de los sueños de Yuri Plisetsky: ser entrenado como profesional en el patinaje artístico. Y el primer paso en su lista era impresionar a su entrenador en la pista de hielo.
Se había dejado llevar por sus pensamientos durante la madrugada y se había imaginado una escena donde su nuevo instructor quedaba fascinado con su genialidad y le prometía la gloria en el próximo mundial de juniors.
El rubio no podía evitar esbozar una sonrisa pensando en ello y todo parecía un hermoso sueño hasta que una pequeña sombra oscurecía sus anhelos. Era una sombra de un país del Este, difícil de ignorar.
Yuri resentía el no tener el entrenador para sí mismo. Odiaba compartir algo, aún más compartirlo con aquel kazajo llamado Otabek Altin, que lo único que hacía era molestarlo con su forma de ser. El chico era muy serio y perfeccionista, siempre quería decirle cómo podía hacer mejor su trabajo, le remarcaba lo que estaba haciendo mal y nunca lo había visto esbozar una sonrisa. Y, sin embargo, todos en el trabajo lo respetaban y querían.
La conversación que el pequeño ruso había tenido con Yuuri había frenado quizás un poco su conducta hacia él, pero ciertamente no había mitigado su molestia hacia tal chico.
No entendía la verdad por qué Yuuri le tenía tanta confianza, siendo tan sólo un trabajador sin más logro que un humilde puesto de labriego.
Claro, Yuuri le había dicho que Otabek era un patinador profesional y una promesa de su país pero ¿qué tan prometedor podía ser un chico del que nunca había escuchado hablar?
Casi sin darse cuenta, sus labios se alteraron para dar paso a otra sonrisa mientras se dejaba llevar por la imagen de Otabek avergonzado por no ser tan buen patinador como él. Disfrutaba aquella imagen como quien disfruta de un almuerzo bien servido. Ya que Otabek gozaba de la confianza de Yuuri en el trabajo, Yuri gozaría de la confianza de su entrenador en el hielo.
Tan inmerso se encontraba en sus pensamientos, que Yuri no supo darse cuenta cuando Nikolai estacionó el auto frente a la pista de hielo de la zona.
El abuelo suspiró antes de poder decir palabra alguna. Amaba a su nieto, lo amaba tanto que no había querido decirle lo triste que le había puesto saber que odiaba el hockey pero lo entendía. Y no sólo lo comprendía, sino que le recordaba a sí mismo cuando, muy joven, había desafiado a su padre para ir a volverse rico buscando minas de diamante.
Su padre no había querido entender que cada vida tiene su propio camino y que sólo debes dejar ir y ver mejorar a los que quieres. Su decisión había implicado romper relaciones con su progenitor, quien quería que se ocupara del terreno que poseían a los alrededores de Moscú.―Yurotchka, ya llegamos.
Es ahí recién que el hermoso adolescente despertó de su letargo mental. Lo miró sorprendido y cayó en cuenta de que entrando a esa pista todo sería nuevo para él. Por eso se transformó y volvió a ser el niño de seis años que no quería ir al colegio por no tener amigos. Miró a su abuelo con preocupación y sólo se mostró como era verdaderamente a él, al único que lo había protegido toda su vida.
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Abogado de Cocina
Fanfiction¿Qué le espera a Victor Nikiforov en esta vida? ¡No tiene ni siquiera una! Victor no trabaja para vivir, sino que vive para trabajar. Fuera de su trabajo desconoce todo lo referente a una vida. Pero, ¿Qué pasará cuando la muerte le toque la puerta y...