IX. ¿Qué clase de familia es ésta?

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Yuuri llevó a Mischa en el auto a la casa de los Plisetsky en su camino al campo. Hiroko lo abrazó muy fuerte y le hizo prometer que los visitaría el fin de semana. Le dio una maleta para poner las pocas cosas que tenía y se despidió de Toshiya con un gran apretón de manos. Este le dijo que le deseaba lo mejor y que las puertas de su casa siempre estarían abiertas para él.

En el auto no hablaron mucho más. Yuuri encendió la radio de su camioneta y se puso a tararear, lo que Mischa agradeció porque tampoco le quería decir mucho más. Sabía que a quien más extrañaría sería a Yuuri.
Llegaron al castillo y ambos bajaron de la camioneta. Mischa, cargando la ligera maleta, fue acompañado por Yuuri hasta la puerta.

―Quiero darte esto―Le dijo Yuuri poniendo un celular en sus manos.

―Yuuri, no puedo aceptar esto, es demasiado...

―Tranquilo―habló suave, tratando de calmarlo―acabo de cambiar de celular y este es el que usaba antes. Ahora que no vas a estar en casa, es la mejor manera para comunicarte con mis padres y cuando quieras, conmigo.

Mischa enrojeció nuevamente con vergüenza pero Yuuri siguió:

―Los contactos de mis padres y míos ya están grabados. Cuando quieras escríbenos.

―Gracias Yuur...

Antes de que terminara de hablar Yuuri se abalanzó contra sus brazos, tomándolo por la espalda fuertemente.
Mischa cerró los ojos y poco a poco se dejó llevar por el abrazo. Recostó su barbilla en el hombro de su amigo y aspiró el olor fresco del cuello de Yuuri. Olía delicioso. Podía sentir a Yuuri muy cerca y no le molestó, al contrario, amó tenerlo de esa forma. Lo apretó más fuerte y se quedaron así, en lo que parecieron horas y luego se separaron. Al hacerlo, Mischa no pudo dejar de sentirse triste.

―Cualquier cosa, no dudes en llamarnos, ¿ok?―Yuuri trató de mostrar una sonrisa y luego se fue.

Mischa vio cómo Yuuri se subía al auto y desaparecía hasta perderse en el camino. Suspiró y trató de calmarse antes de tocar la puerta. Sabía que desde ese día empezaba una vida por su propia cuenta y eso le asustaba.

 Sabía que desde ese día empezaba una vida por su propia cuenta y eso le asustaba

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―Buenos días, soy Mikhail...

―Sé quién eres―le dijo Vladimir sin dejarlo terminar la presentación―, ayer te abrí la puerta, llegas cinco minutos tarde. Eso no puede volver a ocurrir, a la señora no le gusta esperar.

Lo llevó para el lado posterior de la propiedad y entraron al jardín. Este estaba lleno de diversas flores de estación que se notaban estar muy bien cuidadas. Llegaron a una pérgola donde se encontraba sentada la señora Plisetsky, conversando con el que parecía un jardinero.

―¡Ah, Mikhail!―exclamó contenta―Bienvenido por fin― observó a su mayordomo y al jardinero― Muchas gracias, Vladimir, Igor, pueden retirarse.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora