XXV. Noticias inesperadas

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Un largo corredor se mostró apenas le abrieron la puerta del edificio. El portero, quien lo saludó de forma muy amable, no supo interpretar la poca empatía del hombre, que parecía tan ansioso por llegar a su destino que ni se había tomado la molestia de saludarlo cuando este lo hizo.

Una vez que pasó el recibidor, el chico miró a ambos lados para recordar por dónde se encontraba el ascensor.
Una vez ubicado, emitió un gruñido cuando descubrió en la puerta de dicho artefacto de traslado vertical un pequeño letrero que decía "malogrado".

Quizás era la sensación de mareo o el dolor de cabeza el causante de que, ahora, Chris no podía dejar de subir las escaleras sujetándose a la baranda.

No era la primera vez que lo citaban a aquella oficina pero sí era la primera vez que Chris iba con el corazón en la mano. Le habían prometido esta vez noticias y su angustia por llegar al lugar lo había hecho estacionar el auto en un sitio reservado y encontrarse ahi, escalando como loco los cinco pisos que le faltaban para llegar.

Había soñado con Victor, dos días antes y se había despertado llorando.
Recordaba aquella escena en el colegio, con Victor en su último año y él encontrándolo acorralado. En su sueño, sin embargo, Victor le pedía ayuda mientras las personas sobre él lo lastimaban.
Después de eso no había podido pegar los ojos en toda la noche. Se sentía culpable y se imaginaba que quizás lo que soñaba era la situación que en esos momentos pasaba su hermano. Y se desesperaba pensando que Victor, tan sólo de 26 y sólo un año mayor que él, se encontraba solo y sin nadie que pudiera protegerlo. Victor, siempre demasiado bueno, demasiado confiado en la bondad de los demás.

A pesar de estar acostumbrado a hacer ejercicios, Chris llegó jadeando al lugar en cuestión de un minuto, tal era la prisa y angustia que llevaba encima.

Apenas observó la oficina al final del pasillo pudo respirar con más tranquilidad. Se acercó, con los pies tan pesados que parecían estar pegados con cemento. Las piernas le temblaban y su cara se encontraba muy caliente y escarlata por la ansiedad que lo carcomía.

Tocó la puerta con miedo, pensando que quizás se había equivocado, que quizás no hallaría a nadie porque todo lo había soñado, pero poco después, al escuchar pasos, supo que no había nada qué temer.

―Señor, Giacometti, pase.

Chris sintió que el aire regresaba a sus pulmones lentamente cuando le abrieron la puerta. Tuvo que sacarse los lentes de sol Gucci que traía puestos para observar el interior de la oficina. Todo estaba ordenado y en silencio pero oscuro como noche.

Le indicaron que podía sentarse frente a un enorme escritorio de roble cerca a la ventana y así lo hizo, aguardando paciente la información por la que había venido justamente ese miércoles.

―Señor Giacometti, la información que nos dio sobre Timoshkino la otra vez nos sirvió para peinar la zona en esa área, sin embargo, estamos hablando de una zona rural, bastante amplia y muy lejos de Moscú. El tratar de encontrar a alguien en una zona tan extensa es difícil.

―Pero usted me dijo por teléfono que tenía noticias―el tono impaciente de Chris denotaba su frustración. ¿Acaso estaban jugando con él?


―Y así es―respondió el hombre de camisa gastada y remangada.

Chris lo miró desafiante pero el otro no se inmutó. El investigador le brindó una sonrisa y puso un periódico sobre la mesa.

El actor miró desesperado el nombre del periódico: Мой город

―¿Mi ciudad?―preguntó sorprendido por ello―¿Pero qué clase de periódico es ése?

―Es un periódico regional, de una ciudad, a dos horas de aquí, llamada Kolomna.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora