XXIV. Primera Cita

219 28 33
                                    


Era extraño para Mischa el dejar el castillo de Kiritsy solo y apagado. Esas paredes cubiertas de cuadros hermosos, estatuas carísimas y pisos de mármol tenían un encanto especial que había conquistado el corazón del chico de cabellos selenos.

El joven había pasado una buena parte de su nueva vida en ese sitio y había tenido que aprender a lidiar con muchas cosas. En esa casa había hecho hueco a muchas prendas recién planchadas, había salado demasiado una sopa o había endulzado mucho un café o postre. También había roto vasijas y se quemó los dedos y la cara.

Cada cicatriz y cada cortada eran pequeños trofeos de guerra que lo hacían sentir útil y feliz consigo mismo. Mischa vivía cada día en ese lugar y ahora, de pronto, tenía que empezar a conseguir otros pequeños trofeos de guerra afuera de aquel sitio.

Cogió su maleta y revisó si todo estaba ordenado y limpio, dos cosas que, en su vida pasada, no hubieran sido parte de él.

A las ocho de la noche pasó Yuuri, como había prometido, por él. Aunque habían expresado sus sentimientos la noche anterior, no podían evitar sentirse nerviosos ante el primer intercambio de miradas después de aquella conversación.
Enrojecieron al saludarse, ambos con el corazón enloquecido y se fueron hacia la casa de los Katsuki conversando sobre los Plisetsky.

―¡Mischa, por fin con nosotros!―Fue lo que dijo Hiroko, dándole un fuerte y cariñoso abrazo, muy emocionada al verlo.

El chico no podía mentir, amaba a aquella familia. Le habían brindado cuidado y amor sin esperar nada a cambio. Hiroko era como su madre y Toshiya como su padre y ahora Yuuri era su...¿Qué era Yuuri? No tuvo momento para pensarlo mucho.

―Cuéntanos todas las novedades de los Plisetsky―añadió Toshiya mientras se acercaba con cariño a darle otro abrazo.

La familia se sentó a la mesa para tomar un té juntos. Conversaron hasta tarde, riendo y disfrutando del momento. Mischa sentía su corazón hincharse de alegría al ver que nada había cambiado entre ellos. Todo regresaba a ser como antes de que se fuera al castillo. Todos felices, emocionados, cariñosos, disfrutando cada momento. Cuando llegó la hora en que Yuuri debía despedirse, lo convencieron para quedarse en su habitación, la cual parecía últimamente una estación de trenes, gracias, por supuesto, a Toshiya.

―Esto es increíble―renegó Yuuri―¡Mi cuarto se parece a la estación Belorussky de Moscú!

―Ya no reniegues, estás sólo de invitado aquí―contestó Mischa desde la puerta, con una sonrisa burlona.

―¡Mira quién habla, el señorito del castillo!

―No me puedes decir nada, esta es mi casa desde hoy―le dijo Mischa burlonamente con una sonrisa de oreja a oreja.

Se acercó a Yuuri y lo miró dulcemente, éste le pidió que se siente a su lado, cosa que hizo sin protestar.
Ambos rostros mirándose fijos, vestidos con una hermosa y coqueta sonrisa. El chico de cabellos negros no podía evitar sentir rugir a su corazón, desparramando esperanza y felicidad por doquier. Sabía que, de tener a Phichit al lado, este ya le hubiera tirado un balde con agua fría gritándole "Quieto, loco, quieto". Felizmente no estaba su mejor amigo allí, por lo que pudo tomarse la molestia de sincerarse de la forma más cursi que podía.

―Me alegra que estés aquí de nuevo, Mischa.

El chico no tenía idea de cómo hacía Yuuri para sonar en un segundo burlón y en otro como un príncipe encantador. La voz suave y relajante, tan varonil y a la vez tan seductora de Yuuri conquistaba las sensaciones de Mischa y éste podía perderse en ella.

Abogado de CocinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora