Cuando noviembre acabe || Seiya x Shun

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Sinopsis: La victoria en los Campos Elíseos sabe a derrota: Seiya, buscando proteger a Saori, es clavado la espada de Hades en el pecho. Ahora está en las manos de ella y de Shun salvarlo. El problema es que sólo tienen un día antes de que Noviembre se acabe.

Capítulo I: El caballo, la princesa y los dioses

Shun limpió la mejilla de Seiya.

Aunque no había mancha, no pudo evitarlo. Era parte del ritual. Tomaba una servilleta apenas húmeda para pasarla por la frente. El entrecejo. El puente de la nariz, procurando que la suciedad saliese. Sin embargo, era un acto inútil. Pegaso ya no sudaba. No había mucho que hacer en una silla de ruedas.

Shun le cubrió las rodillas con una manta de lana. Le hubiera gustado ponerle algo más grueso, pero no quería ir hacia el armario en su cuarto y dejarlo solo. ¿Y si se iba hacia adelante? Revisó los pedales, descubriéndolos en freno. Tal como hace cinco minutos. Arregló la almohada antiescaras en el respaldo y le puso una media forrada por dentro, encima de la azul que llegaba hasta la rodilla.

Su saturación era de noventa y seis; la glucosa, ciento veintinueve. La temperatura era treinta y siete centígrados. Noventa y seis en Fahrenheit. No había tenido fiebre, vómitos, ganas de comer, beber u ocupar el baño. Al echarlo en la cama, era un peso ligero. Le consiguieron un colchón antiescaras por si las dudas. Hasta que un día, Saori y él dejaron a Seiya en la misma posición. Al otro día, la piel continuaba intacta. 

Shun lo sostuvo del brazo izquierdo. Repetía el ritual por inercia. Por si las dudas. Se puso un poco de crema en las palmas para luego frotarlas entre ellas, calentando el líquido. Masajeó los dedos cortos y morenos creando círculos en la muñeca. Estirando la piel hacia arriba y luego hacia abajo para estimular la circulación. Por inercia. Por si las dudas.

La sensación grasosa no desapareció hasta que se limpió con una hoja de papel toalla. Seiya continuaba en el mismo sitio: la cabeza inclinada hacia adelante mientras algunos mechones le cubrían la frente. -Nota mental: avisar a Saori que necesitaba de un corte-. Estaba envuelto en mantas como un perro recién nacido y las medias de Navidad con orejas de reno casi lo hacen sonreír. Si tan sólo Seiya hubiera abierto los ojos y dicho que había regresado.

Entrelazó sus manos y elevó su cosmos. El sosiego inundó la biblioteca al igual que una melancolía sutil, que jalaba a quienes estuvieran por ahí. Intentó hallar una energía hirviente. Sentir en la espalda un hormigueo que lo obligara a echarse a correr. Escuchó el bombeo del corazón. Constante. Rítmico. Percibió un calor sutil, como el que hay cuando el sol es escondido por la niebla. Como siempre, halló el halo del cosmos de Hades sofocando esa energía.

Bajó su cosmos y pasó la mano por la cabellera verde, despeinándola más. 

Fue hacia la ventana. La biblioteca olía a papel viejo y a la vez, a libros nuevos. Rodeó el escritorio. Estaba hecho un desastre con pilas de cuadernos y de pergaminos. Ninguno con información valiosa. Cerró los ojos para volver a abrirlos. Había llovido. Los gorriones trinaban a la distancia, más allá donde la vista se perdía. El jardín era vasto: puro cedro tapando el cielo blanco de una mañana de Japón. La terraza estaba al frente. Era el lugar favorito de Saori y llevaba a Seiya durante las tardes. Shun nunca se unió. Prefiriendo escarbar los textos que había leído toda la noche con fe de que una información secreta lo esperaba.

Nunca encontró algo nuevo.

La puerta se abrió. Sabía quién había entrado. Sólo un par de zapatos resonaban de esa forma.

—Shun. —Saori se quitó el morral y suspiró—. Buenos días.

—Buenos días.

—¿Te has quedado despierto hasta ahora?

One shots de Saint SeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora