Sinopsis: Milo era una mala persona. La peor.
La cafetería estaba en medio de la ciudad. Sin embargo, se encontraba en un lugar poco conocido. Sólo los que hubiesen prestado atención mientras recorrían las calles habrían notado ese pequeño local, que no resaltaba entre otros de igual tamaño y decadencia. Su letrero se había caído hace mucho tiempo y la puerta rechinaba al abrirla. La clientela andaba en declive y no aparecía en el GPS si se le buscaba.
Fue allí donde Milo citó a Aioria. Eligió la mesa más alejada, donde ni el mozo tras la barra los vería. Estaba sentado al lado de la ventana, que daba a un callejón. Vino a la hora pactada. 3:15. Media hora pasó desde eso. Ya había revisado su celular. Dando click a notificaciones sin importancia y dejando mensajes en visto. En algún punto de su espera, lo llamaron, pero al ver quien era, apagó el teléfono y lo metió al fondo de su maletín.
De repente, escuchó el sonido de pasos acercarse
—Llegas tarde.
Aioria dejó su mochila en el asiento de al frente, y alzó su vista hacia el hombre que lo esperaba. Hoy llevaba el cabello azul amarrado en una coleta e iba de terno y corbata. El olor de su colonia era fuerte, aunque no abrumador.
—Había mucho tráfico. Perdón.
Milo asintió, y fijó sus ojos en él.
—No te preocupes —respondió. Después, señaló a su taza humeante—. ¿Café?
No recibió respuesta. Aioria ya se inclinaba a su dirección, a pesar de que la mesa entre los dos se lo ponía difícil.
—Deténte —murmuró Milo. Al hablar, sus labios se encontraron en un tímido roce—. Alguien podría vernos.
—¿Y? No es ningún secreto.
Su sonrisa pícara le daba a entender que no planeaba detenerse. Cuando se volvió a inclinar, Milo movió el rostro a la izquierda. El beso le dio en la mejilla.
—Te dije que no.
No volteó a observarlo. Sabía que la mirada de Aioria seguro sería enojada. Resentida.
El recién llegado se revolvió el cabello, suspirando frustrado. Milo, al advertir que esos ojos no se despegaban de él, dijo:
—No me mires así.
—¿Cómo?
—Como si yo fuera el malo de los dos, cuando no lo soy.
—¿Entonces soy yo?
Milo apretó sus labios entre sí y suspiró.
—Eso no es lo que trato de decir. —Alargó su mano y así entrelazarla con la de su acompañante. Lo miró a los ojos y suavizó su voz, como si estuviese hablando con un niño—. Nadie tiene la culpa de esto. Simplemente pasó. No tenemos por qué buscar un responsable. Sé que es complicado de explicar. Pero lo entenderás cuando seas grande.
Aioria apartó su mano y rompió el contacto visual.
—Lo que tú digas.
De repente, una corriente helada entró. También lo hizo un hombre, que se sentó en la mesa más cercana a la barra. El mesero se dirigió a tomar su orden. Se les escuchó reír.
—¿Seguro que no quieres café?
Aioria no lo observó al responder.
—No, pero sí quiero jugo.
Llamaron al mesero, que en pocos minutos trajo lo pedido. Les preguntó si deseaban algo para acompañar las bebidas. Quizá un postre para endulzar el paladar; sin embargo, ninguno aceptó. Tanto Milo como Aioria bebieron su zumo y café sin una pizca de azúcar.
Intentaron recobrar el hilo de la conversación. Uno decía una frase que el otro contestaba, pero sus intentos de charlar siempre se estancaban. Milo pasaba sus manos por sus pantalones y movía su pierna. Cuando se quedaban en silencio, perdía la vista en un punto y se mordía las uñas. Afortunadamente, el mozo se acercó a dejarles la cuenta. Antes de que el rubio sacara su billetera, el hombre de cabello azul se adelantó.
—No te preocupes. Yo lo pago.
Comenzó a dejar los billetes sobre la boleta. Sin embargo, se escuchó un sonido metálico en el piso. Aioria se agachó a recoger lo que se había caído.
—Espera —exclamó Milo, exaltado—. Yo lo recojo. No te preocupes.
Pero era muy tarde. Su acompañante ya sostenía el anillo de bodas entre sus dedos.
Ambos contemplaron el brillo del oro con expresiones indescifrables. El brillante diamante incrustado. El nombre que tenía escrito.
—Puedo explicarlo —gimoteó Milo y alargó su mano, con intención de sostener la del hombre a su delante, que se rehusaba a mirarlo. No obstante, no fue lo suficientemente rápido. Él ya lanzaba la alianza a la mesa y recogía sus cosas—. ¡Aioria, espera! No fue mi intención, yo-
—Púdrete.
Lo vio caminar con prisa hacia la puerta, que rechinó más agudamente de lo normal cuando la abrió. Quiso detenerlo, pero se dio cuenta que sus piernas estaban hechas de plomo. Que sus brazos estaban hechos de plomo, que todo él estaba hecho de plomo y la carga era muy pesada para soportar.
Lo vio desaparecer por el callejón. Como el cielo invernal de Atenas resaltaba su tez dorada. Su espalda ancha. Su cabello desordenado.
Alguien se sentó en el lugar que antes Aioria ocupaba. No tuvo que levantar la vista para saber que era el mozo.
—Soy una mala persona, Kanon. Una muy mala persona —dijo, y escondió su rostro entre sus manos. Después, elevó su mirada y la fijó en su nuevo acompañante—. ¿Luzco como una mala persona?
—Honestamente, con esa pinta por fin pareces un catedrático respetable. No te preocupes, hombre. Son cosas de la vida. Parte de crecer. Ya lo superará. —Se encogió de hombros y alzó la cafetera que traía—. ¿Café?
—Dame un whisky.
Kanon se levantó y se dirigió al otro lado del mostrador. Milo estaba seguro que no había nadie más malo que él en ese restaurante. En esa ciudad. En la vida de su amante.
Dejaron el vaso al frente. Lo bebió de un sorbo.
—Soy una pésima persona.
El mozo suspiró una vez más, y le dio una palmada en el hombro.
—¡No seas tan duro contigo! Que yo también he pecado un par de veces y no me ando torturando. —Disimuladamente, señaló con su barbilla a la cocina. En donde Radamanthys, su esposo, preparaba los postres de ese día. Después, sonrió al nuevo cliente, de corto cabello violeta y hermosos ojos rosas que siguieron cada uno de sus movimientos desde que se sentó—. Mira el lado bueno, Milo. Aioria ya se gradúa en dos semanas y nunca más lo volverás a ver. Te aceptaron en la Universidad Nacional de Alemania y en dos meses vivirás en Múnich. Además, no olvides que no estarás solo. Camus aún te espera en casa.
Créditos de la imagen: Titiman0221
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One shots de Saint Seiya
Фанфик❝¿Y si Camus no hubiese muerto en las doce casas? ¿Y si Kanon hubiese detenido a Saga de suicidarse? ¿Y si Dohko hubiese matado a Shion para volverse Patriarca? ¿Y si alguna de nuestras OTP fueran canónicas? Como verán cuando empiecen a leer, nada e...