Llámame por tu nombre || Julián x Sorrento (2)

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Tomando champaña con amigos

Vives en la oscuridad, chico, no puedo fingir.

No estoy sorprendido, estoy aquí para pecar,

Si Eva no está en tu jardín, sabes que puedes...

Julián. Julián Solo.

Ese nombre no se iba de su cabeza. Lo escuchaba en la habitación, en los pasadizos, en clases, en la cafetería. Todo sobre él le irritaba: esa manía de poner alarmas cada diez minutos desde las cinco de la mañana y no levantarse hasta que sonara la de las siete. La cama se quedaba desordenada hasta la tarde. Las hebras azules las encontraba hasta en su propia ropa. Un olor salado perduraba en el cuarto.

Tras introducirlos, Geisty los dejó solos. Julián preguntó de dónde era y qué instrumento tocaba. Sorrento arrastró su maleta hasta la otra cama y sin voltear, contestó:

—Flauta.

—¿Dulce?

—Traversa.

—Oh, qué genial. —Sacó una camisa rosa y la sacudió para proceder a doblar las mangas—. Siempre quise aprender.

—Mmm.

Sorrento abrió el cierre de la maleta. Quería voltear, pero al mismo tiempo, temía hacerlo. Cuando escuchó pasos tras él, se quedó inmóvil.

—Espero que disfrutes este verano. —Julián le sonreía. Descubrió que la curva de esos labios rosas junto a las delgadas y curvadas cejas eran unas advertencias por sí mismas. No estaba siendo un paranoico; ese tipo era un peligro—. Cualquier cosa que necesites, avísame. Estaré encantando de ayudarte.

En el momento que Julián se marchó, Sorrento exhaló. Le ardían las orejas.

Creyó que el resto del día sería mejor. Iría a clases de orquesta y luego, a una especialidad en flauta. Los campistas estaban en cada pasillo y gritaban para que los chicos salieran de los dormitorios y no se olvidaran de los fotochecks: iban a guiarlos a clase.

Al salir del edificio, las sombras de los grandes árboles ofrecían un refugio del sol. Las construcciones le seguían sorprendiendo. Tenían tanto estilo y aún así, sencillez. Se imaginó caminando por ese mismo lugar de universitario, listo para ir a clase. Sonrió.

Estaba tan absorto que apenas prestaba atención al tumulto de adelante. Cuando uno de los campistas gritó que se apresuraran, Sorrento giró la cabeza. En ese momento, vio a una chica de largo cabello rizado y piel oscura al lado de una pelirroja llena de pecas en los brazos. Se miraban a los ojos y sonreían.

—¡Los que faltan, apresúrense que las clases comienzan 9:30!

Se quedó rígido. Si hubiesen estado en su ciudad natal, quizá algunos ilusos hubieran pensado que eran amigas, pero veía a través de ellas: las miradas de amistad nunca brillaban con tanta intensidad.

You too, love birds!

Arrugó la nariz y continuó caminando, mirándolas sobre su hombro. Si hubiesen estado en su ciudad natal, los chismes las hubieran devorado vivas.

Pero ellas nunca pasarían por eso.

Podían detenerse en cualquier sitio, sin tener que esconderse.

Una punzada le atravesó el pecho.

El grupo de casi ciento cincuenta personas se fue dividiendo. Algunos continuaron de frente, otros, a la derecha. El resto, a la izquierda. Sorrento pertenecía a los últimos. Pronto cruzó la enorme puerta de madera.

One shots de Saint SeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora