Higos y rosas || Afrodita x Aldebarán

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Sinopsis: El amor surge en los lugares más extraños, entre las personas más inesperadas.

El Santuario se había vuelto un sitio silencioso. Muchos empezaron a migrar desde que dieron la opción de ser relegados de sus cargos. Desaparecieron en grupos. El primero fue de DeathMask y Shura; cada uno se marchó a su lugar natal. Cáncer se encaminó a Sicilia, en busca de la hermana melliza con quien fue separado al nacer, mientras Capricornio partió a Pirineos para así encontrar la paz que nunca disfrutó. Luego vinieron los otros. Aioros también se iba a España, intentando impedir que cierto santo envejeciera solo y nómada. Tras su partida, hubo un relativo periodo de tensión. Los demás esperaban ver quién sería el siguiente en irse. Un día despertaron, dándose con la sorpresa que Milo y Shaka no estaban.

A ellos se les sumó Camus, que tampoco le dijo nada a nadie al desaparecer, ni siquiera a Hyoga, que encontró a Acuario oscura y fría. Saga se fue junto a Kanon. Sus sombras pudieron verse por la madrugada mientras se susurraban el uno al otro promesas de un futuro mejor.

Dohko anunció su viaje a China. Los pocos santos restantes le prepararon una despedida digna. Partió al día siguiente, ante la llegada del primer rayo de sol. Con su sombrero de paja y una sonrisa resignada en los labios. Shion no se despidió.

Pensaron que ya nadie más podría irse. Sin embargo, grande fue la impresión cuando Athena anunció la ausencia permanente del mayor de los Aries. Los presentes guardaron silencio.

La soledad y la falta de guerras trajo el aburrimiento. Debían encontrarse nuevos hobbies. Maneras de matar el tiempo. Formas de no volverse locos. Mu arreglaba menos armaduras que antes y Kiki se había vuelto el nuevo santo de Appendix, así que en sus tiempos libres esculpía. Aioria entrenaba a los aspirantes, ayudaba a Athena en la reconstrucción del Santuario y había comenzado a jugar básquet, Aldebarán encontró una parcela de tierra dentro de los territorios y decidió sembrar higos. Afrodita, por su parte, se encerraba todos los días en Piscis y nadie sabía qué hacía.

Jamás fue alguien que le asentara los cambios. La gente asumía muchas cosas de él, excepto que le gustara la rutina. Lo hacía sentir seguro. Saber qué hacer a cada hora, tener una idea de dónde ir. Disfrutaba de eso en la época de Saga. Junto a Shura y DeathMask, conformaron ese círculo que le traía felicidad, comodidad y resguardo.

Todo eso se desvaneció cuando se marcharon. Después de que Athena los revivió, Afrodita tuvo la esperanza que alguno de ellos le ofrecería vivir juntos, descubrir el mundo y finalmente degustar todos esos placeres que nunca conocieron, pero ninguno lo tomó en cuenta. Le dijeron lo que planeaban hacer y Afrodita no les respondió, tal vez demasiado distraído con el sonido de su corazón rompiéndose.

No le contó a nadie sobre su dolor o amargura. Era más fácil para él fingir indiferencia que permitirse ser sensible. Con una facilidad tremenda había sido abandonado. Y no lo vio venir. No pudo prepararse mentalmente. No le dieron el tiempo. Él aún creía que existía un ellos, que pensaban en los cuatro como un grupo, pero habían puesto sus deseos primero. No podía culparlos. La gente siempre emprendía un camino por su cuenta, era inevitable. También debió haber hecho lo mismo. De seguro no estaría sufriendo tanto. Se sentaba todas las tardes en su jardín, rodeado de rosas, con el Santuario bajo sus pies y el cielo en suaves colores cálidos, pensando en qué haría con su vida. A dónde iría.

Mu vino un día a su casa, preguntándole si podían tomar juntos una taza de té. Afrodita estaba muy sensible aquella noche, así que accedió. Después de contestar las típicas preguntas de cortesía, Aries le dijo:

—Estamos preocupados por ti. En especial Athena.

Piscis no cambió su expresión indiferente.

One shots de Saint SeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora