Oscuridad || Saga x Aioros

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                           Sinopsis: Las remodelaciones en el Santuario van a empezar, el Patriarca se ha marchado a una misión y hay un grupo de niños que cuidar. Sin embargo, Saga y Aioros encuentran un momento para estar juntos.

Era de noche y ninguna estrella había salido. Así fue como Saga supo que aquel desvelo no sería bueno. No le gustaba quedarse despierto. Apreciaba dormir ocho horas seguidas y jamás ser interrumpido por el insomnio. A veces Kanon solía despertarlo para mostrarle la chatarra que encontraba en sus paseos nocturnos o contarle sobre sus pesadillas, pero con el pasar del tiempo todo había mejorado. Ahora dormía de forma tranquila y profunda. Y no soñaba. Esa era la mejor parte.

Suspiró. Las grietas en las paredes de Virgo parecían ríos sin rumbo y los agujeros eran del grosor de un pulgar promedio, dejando entrever el cielo azabache de Atenas. Aunque a su vez permitía el pase de las corrientes frías que desde hacía horas lo tenían temblando. Estaba sentado en aquel suelo pedregoso y  también lleno de agujeros. No sabía cómo Shaka podía pasarse tanto tiempo encerrado en ese lugar. Era el templo en peor estado junto al de Aries. La necesitada remodelación del Santuario empezaría mañana. Las demás casas no se hallaban en mejores estados, pero tampoco estaban tan deterioradas como esas dos.

Aquellos huecos lo molestaban. Antes de irse a dormir, Milo casi se rompió la nariz al caer en uno de ellos. Andaba con suerte. Aioria estuvo allí para atraparlo así como reírse en su cara. Si se hubiera hecho daño, DeathMask lo habría curado, aunque de seguro pediría algo a cambio. Se lo hubiese pedido a Mu, pero a sus siete años le faltaban varios poderes por madurar.

Tras el incidente, Aioria convenció a Milo de echarse en el suelo de la sala junto al resto. Finalmente Escorpio se cubrió con las descosidas mantas cuando dejó de llorar por Camus, que hacía dos días había partido a Siberia. No contaba con fecha próxima de retorno.

Leo abrazó al escorpión y le contó los mismos chistes malos que Aioros decía al ver a alguien triste. Milo se rió al cabo de un rato.

Eso era lo que causaba la oscuridad. Aquellos sentimientos enterrados afloraban de nuevo como si jamás hubiesen muerto. Los anhelos resurgían y los sueños despertaban. Saga lo sabía bien. Por eso también sabía que aquel desvelo no sería bueno. La luz le recordaba las obligaciones, los deberes, el futuro que tenía trazado así como el tiempo que no podía desperdiciar. Cuando quitaron las lámparas de kerosene de todos los templos y tuvieron que dormir en Virgo, supo que la oscuridad sería su peor enemigo. Porque pensar en medio de la noche era malo. Nunca nada bueno sucedía cuando su mente tenía la tutela.

Era el encargado de vigilar a los niños junto a Aioros. El Patriarca había partido a una misión y les delegó la responsabilidad del Santuario por una semana. Aquello lo intrigaba, pues veía ese quehacer como alguna clase de entrenamiento. Quería ser invencible y poderoso. Que la gente lo reverenciara cuando pasaran a su costado y les temblara la voz al decir su nombre. Quería gloria. Gloria infinita. Para ver si podía saciar esa voraz hambre al que por tanto tiempo había estado dando sólo bocadillos.

—Todo está tan callado a esta hora. Y pensar que de día son gritos y puro correteo.

Aioros se sentó al lado. Estaba haciendo guardia. En media hora sería el turno de Saga.

—Es cierto.

—¿Estás bien?

No supo qué contestar. La oscuridad lo ponía sensible y acababa decaído. Perdido en una bruma tan densa que era incapaz de verbalizar cómo se sentía.

—Es sólo que estar despierto de noche no me gusta.

—Podemos hacer muchas cosas para divertirnos.

One shots de Saint SeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora