Cuando Noviembre acabe || Seiya x Shun (3)

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Capítulo 3: El sacrificio

El resto de la madrugada estuvieron en la biblioteca, para escarbar todo lo que había por leer. Los libros cedieron, revelando cada uno de sus secretos. La versión oficial era que el cometa se había roto en 1846, pero los cronistas del Santuario afirmaban que fue a principios de 1843. Al pasar cerca de Júpiter. Diecinueve años más tarde, en 1872, cuatro santos registraron treinta y tres mil cuatrocientos meteoros en seis horas y media. Además dijeron que se asemejaban al humo, tenían una coloración naranja y sonaban como disparos. Trece años después, una tormenta similar sucedió en noviembre de 1885. Para muchos, fue considerada un signo de mal presagio y estaban en lo cierto: Pandora encontró a Alone y despertó a Hades.

Cuando organizaron la información, el panorama fue aclarándose. Al compartir el mismo plano espiritual, Shun debería alcanzar a Seiya. Aunque hubo dos obstáculos: el cosmos de Pegaso casi era imperceptible y su intersticio debía ser débil para haber ignorado su existencia. A eso se sumaba que las Andromédicas eran difíciles de avistar. Sólo sucedían desde la quincena hasta el fin de Noviembre.

Aún así, arreglaron todo para el encuentro. La radiante de los meteoros pasaba diez grados al norte de la galaxia de Andrómeda. Cerca de la estrella Schedar, en la M de Cassiopeia. La oscuridad era infaltable. Debido a la opacidad de las Andromédicas las luces y la luna podían borrar su rastro, así que el Santuario acordó un apagón general. En la cima de Star Hill, cuando cruzara la lluvia de meteoros, Shun destruiría la espada de Hades.

El momento llegó deprisa.

Ni una luz estaba prendida. Ni siquiera las de Rodorio. A Shun la noche jamás le pareció tan oscura. Era como cerrar los ojos y llamar a eso mundo. Con todo Atenas a sus pies, recordó la infinidad de Patriarcas, santos y dioses que pisaron ese mismo suelo, que creyeron que la Tierra era suya para dar forma. Qué extraño; para él ese panorama no hacía más que agrandar su soledad.

Ante la repentina aparición del cosmos de Kiki, Shun volteó. El niño teletransportó a Seiya quien continuaba igual que hace dos días. Su ceño fruncido le acongojaba; las gruesas cejas le dieron un aire de agonía. Un gesto ajeno a él. El cuerpo estaba entumecido como si absorbiera todo el calor que conseguía. Las manos andaban sobre las rodillas enfundadas por esos fieles jeans, que antaño conocieron tantas aventuras. Las abundantes pestañas mostraban al fin lo largas que eran. Antes, Seiya nunca cerró los ojos. Nunca miró hacia abajo.

—Me respondió el centro de astronomía de Chile. Según sus cálculos, a las once y media las Andromédicas entrarán a nuestra atmósfera. —Saori se agachó y miró por el hueco del telescopio, refundado en la biblioteca de Aries. Con lo grande que era la apertura y su alta distancia focal, ninguno de los eventos celestiales pasarían desapercibidos—. Su energía cinética es baja, por eso es tan tenue. Pero pase lo que pase, a esa hora Seiya y tú deben estar conectándose.

Shun contempló el panorama. El peso en los hombros lo arrastraba hacia el piso. Aún así, las ansias lo embargaron. Destruiría esa espada para que los ojos de Seiya tomaran el sitio de esas pestañas y pudieran volver a brillar.

Estrechó el pensamiento tanto como pudo, logrando que opacara a los demás. Era tan grande, tan claro y luminoso. Siempre estuvieron cerca. Antes de partir a sus lugares de entrenamiento. En las habitaciones más oscuras de la mansión Kido. En pleno infierno. Siempre tan cerca, con las palabras y los gestos apuntando hacia esa dirección y ellos fingiendo ignorancia. Refugiándose en la seguridad de contenerse. Quizá ya tuvieran una chance: Seika estaba de regreso. Habían ganado la Guerra Santa. Un mundo desconocido y vibrante los esperaba. Quizá los fuera a devorar vivos. Tal vez los destrozara, pero Shun prefería vivir eso con él que a vivirlo solo.

One shots de Saint SeiyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora