3. Supernova

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¡Claro que mi primer impulso debió ser voltearme a ver quién es la mujer que me hablaba! Sin embargo, mi cuerpo estaba inmóvil por la sorpresa. Acababa de ser descubierta espiando a esa pareja que siguen teniendo relaciones en medio de la noche, pero mi mente solo se concentraba en la explosión de calor que se esparce por todo mi cuerpo al contacto con el suyo. Tiemblo un poco, pero pronto me acostumbro a sentir cómo su pausada respiración intenta calmar al frenesí de la mía.

- ¿Qué me dices? Ahora, ¿tú que crees que él le haga a ella?

Vuelve a preguntarme. Las piernas me tiemblan como si fuesen de gelatina derretida. Juro que sus palabras están forjadas en el fuego del infierno, y apenas tocan la ardiente piel de mis orejas, los vellos de mis brazos se me erizan.

¡Debo saber quién es la desconocida!

Intento girarme, pero recién allí caigo en cuenta de que sus brazos ya me habían rodeado por el cuello. Me tiene atrapada. Aunque tampoco quisiera escapar de esta escena. Así que a los pocos segundos dejo de "forcejear" para liberarme.

- Supongo que la penetrará -me atrevo a responder en un débil susurro que es apagado por las olas del mar-.

- No, aún no... -sisea- Observa. No la está besando. Se está comiendo sus senos.

- ¿Y eso qué? -añado hipnotizada tanto por las escena como por esa sensual voz que me araña la piel-.

- La quiere excitar más antes de cogérsela.

Una inesperada risita escapa de entre mil labios. ¿Cómo sería posible que esa chica no esté excitada en este punto? Yo sí que lo estaría. Y eso que jamás he tenido sexo con nadie que no sean mis propios dedos.

- ¿Tú crees...?

- Sí. Un buen amante siempre lleva las cosas muy lentas. El clímax es un arte de principio a fin. Incluso, cuando no eres parte del acto principal, también tienes que llevar las cosas con paciencia.

Mis ojos siguen fijos en las oscuras siluetas que apenas son iluminadas por trocitos bajo la luz de la luna. Entonces, la desconocida continúa.

- Míralos bien. Se mueven muy lento. Los besos de él. Los gemidos de ella. No tienen prisas por terminar.

- Yo creería que están jugando más que llevándose las cosas con paciencia.

- Sí, puede ser. ¿Y nosotras qué estamos haciendo?

No sé qué responderle. Las orejas las debo de tener rojas como mi cabello. El calor incendiario que brota de ellas es suficiente señal de ello. El corazón me da botes contra el pecho queriendo escapar. Pero nada comparado cuando siento cómo una de sus piernas se infiltra entre las mías. No le impido que lo haga.

¿Por qué mierda no tengo miedo de todo esto? Debería de tener al menos una sensación de peligro que me impulsase a quitarme a esta mujer de encima. En cambio, mi corazón solo está descontrolado por la escena de la pareja y la inesperada compañía de la desconocida. Ni siquiera la maldita sed que me logró sacar de la habitación sigue presente en mi interior.

- Conociéndonos... -suspiro, ahogando un asfixiante gemido que necesito liberar desde que ella apareció-.

Sus pechos presionando contra mi espalda, sus brazos soltándome el agarre en el cuello para ahora fijarse en mi cintura y su aliento cada vez más cerca a mis mejillas. Todo es una maldita y lujuriosa tortura que me tiene electrificada.

- Excelente respuesta. Mira... -murmura de improviso- Por fin harán lo que decías.

Trago saliva cuando veo que el cuerpo masculino toma a la chica entre sus brazos y la baja del muro, pero no la pone sobre el césped del jardín, sino que la mantiene cargada.

La Chica EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora