9. Celos

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Esta vez no es una maldita alarma ni el impertinente calor del sol es que me despierta de mi profundo sueño sino la sequedad en mi boca. Me siento peor que un caminante en el desierto. Solo un buen trago de agua -así sea del mismo caño- y me vuelvo a dormir, susurro en mis pensamientos, pero ella debía de estar esperándome al borde de la cama.

- Hasta que se digna la principessa a congratularme con su despertar casi al mediodía.

Los huesos y todos mis músculos los tengo molidos por puro cansancio, así que evito replicar el comentario de "bienvenida" de Ivana.

- Uy, hermanita. Sí que anoche te pegaste una buena bomba como Dios manda. Apenas y te puedes sentar en la cama.

Su voz suena más estridente que nunca dentro de la tormenta que es mi cabeza. Ni que decir sobre su risa que parece una aplanadora que me rompe los nervios. Mierda. Hasta doblar los dedos me provoca dolor. Lo peor es que no me acuerdo ni qué pasó en la madrugada.

- A ver, no te muevas. Sí, sabía que mi vida no estaría completa sino te tomaba una par de excelentes fotos así tal como estás -se carcajea, mientras intento abrir del todo los ojos para verla en medio de la penumbra de la habitación-. En esta parece que estuvieses bostezando como un hipopótamo.

- Aprovecha, Ivana, en burlarte todo lo que quieras porque luego no respondo.

- ¿Qué dices? Si yo me ofrecí a cuidarte mientras que nuestros papás están en la piscina con los niños.

- Vaya trato el esperar que me despierte en vez de cuidar a tus chuckies.

- Una oferta complicadísima de rechazar, ¿no?

Mi gesto se relaja por el tono que utiliza, pero de inmediato, un zumbido se apodera del interior de mis oídos.

- Tómate esta pastilla para que se te pase el dolor de cabeza.

- Podrías haber empezado por ahí, ¿no crees?

- ¿Y desaprovechar tu vulnerabilidad? Eso nunca, Ana.

Vuelvo a bostezar antes de tragarme la píldora y saciar mi sed de un solo sorbo, pero la tortura fraternal no parecía terminar.

- Y Dios dijo: hágase la luz.

- Maldita payasa... ¡¿Qué tienes?! -grito ante los rayos solares que entran de golpe cuando ella corre las cortinas-.

- Arriba. Arriba... ¿O ya te olvidaste de que hoy tenemos salida familiar? Yo creo que no porque me quedé pensando en cómo es que la ermitaña de las montañas tuvo la idea de salir a tomar a medianoche. Lo pensé bastante. Nada tenía sentido hasta que imaginé que tu plan era perderte este día alegando estar demasiado cansada. Inteligente, pero no te funcionó.

- Un día me voy a vengar, vas a ver... Así que disfruta lo más que puedas esta mañana.

- Eso hago, Ana. Pero ¡ya! Mucha vaina. Lávate la cara, ponte algo adentro, y vente a desayunar.

- ¡¿Qué?!

- ¿Qué de qué?

Esta vez parece que no está jugando conmigo por la manera en que me mira con extrañeza. Entonces, recién caigo en cuenta que no llevo nada más que una camiseta deportiva que uso de pijama.

- Oyeee... ¿por qué...?

- ¿En serio no te acuerdas el show que hiciste anoche?

- Ya déjate de vainas. ¿Qué pasó con mi ropa?

Su rostro se ilumina y se echa a reír hasta que sus ojos lagrimean. Pego un brinco y voy al clóset a sacar un juego de ropa interior. No soporto estar así de desnuda, incluso cuando nadie me esté viendo.

La Chica EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora