Nuestra cita en su departamento ubicado en Miraflores es a las 11 de la mañana. Según la app de Uber me tardaría como máximo 20 minutos, pero salí a las 10:30. Y tal como calculé: llego temprano a las puertas del edificio. Sería estúpido convencerme de que no estoy ansiosa, pues sí que lo estoy -y bastante-. Solo que no quiero parecer "tan" desesperada por verla. El cuerpo me pica de ansiedad por volver a experimentar esas cosquillas al sentir cómo su voz se tatúa sobre mi ardiente piel, sus dedos desdibujando a mis curvas y su boca bebiendo el aliento de la mía.
Por supuesto, "no quiero parecer desesperada".
Sonrío ante esa tonta idea, ya que es imposible de cumplir bajo estas circunstancias. "¡Qué más da!", grito en mi mente al ver que faltan más de diez minutos para las once e ingreso al edificio. ¿Acaso iba a ponerme a contar cuántos carros pasan por la calle? No me voy a quedar como una payasa en medio de la vereda esperando que sea la hora exacta.
Siempre me ha costado horrores pedir instrucciones o solicitar algo en una tienda, lo mismo me sucede en una recepción. Tardo unos segundos en decidirme, pero tomo valor y me acerco al chico en el mostrador. Lo saludo con un "buenos días", pero cuando estoy por decirle que busco a Juliette, él me deja sin palabras en la boca.
- Buenos días, señorita Kincaid. La señorita Fontaine ya la está esperando.
- ¿Juliette? -pregunté en voz alta, pero gracias a que llevo la mascarilla, mi rostro no delata mi sorpresa del todo-.
- Sí, la señorita Juliette de La Fontaine.
- Cierto, disculpe. Por un momento escuché mal el apellido.
El nerviosismo que me recorre de arriba abajo intento enmascararlo con el sonido de una risita. Sin embargo, no entiendo nada. ¿En serio su nombre real es Juliette? Hasta el apellido ahora me lo sé. La mente me funciona a trompicones al intentar unir lo de ahora con lo que descubrí ayer en casa de Mimi. Nada tiene un maldito sentido. O todo son malditas coincidencias. Las ganas por ver el rostro de Juliette me carcomen los huesos, pero sé que no lo haré...
- Señorita, aquí tiene.
- Ah, sí -digo al aire, aún inquieta por mis locos pensamientos-.
Recibo una tarjeta magnética, la cual deduzco que es para abrir la cerradura del departamento. Como dirían en los Simpson: "Cuánta elegancia la de Francia". Aquí en Miraflores no se utilizan llaves sino tarjetas. Bueno, definitivamente, Juliette de La Fontaine debe ser millonaria. El recepcionista se ofrece a guiarme hasta el ascensor -seguro piensa que me perderé en diez metros de camino- y pulsa en el panel el número de piso.
Respiro con tranquilidad cuando las puertas metálicas se cierran en frente de mí. Subiré hasta el décimo piso, suficiente tiempo para escribirle un mensaje de que ya estoy casi, casi en su puerta. ¿O debería de sorprenderla? Juliette no me dio más detalles a parte de la hora de la cita y que esperaba verme.
¿Y si llamo a la puerta? ¡No! Olvido que por algo dejó encargado que me dieran una tarjeta de acceso. Departamento N° 1003, este debe ser, dudo más que un par de veces, pero dejo de lado los pensamientos y preocupaciones por un instante y simplemente paso la tarjeta por la ranura. Un nítido clic se escucha y la puerta se abre de par en par automáticamente.
A primera vista, el interior está vacío. Paredes blancas con enormes cuadros de arte abstracto cubren la pared de la sala-comedor y a un lado se alzan unas escaleras que unen con el segundo piso del departamento. El decorado es agradable, y todo luce en orden casi como si acabara de ser limpiado.
- Llegaste, nena. Espérame en la sala. Ahorita bajo.
La oigo decir desde el nivel superior, pero no me atrevo a levantar la vista. Escojo el sofá que da la espalda a la escalera, y me quedo viendo la pantalla apagada del enorme televisor que tengo enfrente. Pocos segundos después, percibo sus ligeros pasos descendiendo por las escaleras, el corazón me late como el de un conejito asustado -o muy ansioso- por ser devorado por el lobo feroz.
ESTÁS LEYENDO
La Chica Escarlata
RomanceA sus 22 años, Ana sigue envuelta en su depresivo estilo de vida. Lo único que desea es que llegue diciembre para graduarse y nunca más volver a la universidad donde no tiene amigos. Un inesperado viaje junto a su papá y madrastra la orillará a cruz...