15. Primavera

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Juliette me desata la máscara con mucha lentitud. Yo mantengo mis ojos cerrados, y ella los acaricia suavemente con las yemas de sus deditos. Termina dándome un besito en la mejilla quedándose inmóvil, viéndome arrodillada sobre el centro de la cama.

- No te me quedes mirando o me voy a sonrojar -le advierto con una sonrisita-.

- Es inevitable, amor.

- ¿Por qué?

- Simple. Eres muy bonita para no admirar tu belleza.

Ahogo un suspiro en el momento en que Juliette me abre la boca con uno de sus dedos. El pulso lo tengo desenfrenado por estar a punto de probar una experiencia que solo se da una vez en la vida. Nunca imaginé que mi primera vez sería con una mujer, mucho menos que sea con alguien a quien jamás le he visto ni un solo cabello. Solo conozco su "supuesta" voz, y un nombre que no me termina por convencer del todo. ¡Qué importa! Jamás olvidaré este día ni a Juliette.

En verdad, lo importante es que mi primera vez será haciendo el amor y no teniendo simple sexo. Lo segundo lo puedes tener con quien se te dé la gana. Y más aún si eres una mujer. Un amigo -cuando tenía amigos en la universidad- decía que si una chica quiere tener sexo, solo debe de pedirlo y ya. Casi tan natural como si quisieras saber la hora. Quizá tiene razón. No intentaré averiguarlo ni tampoco me interesa. Yo busco mucho más que un orgasmo. Deseo sentirme amada por una sola vez en esta perra vida que me tocó.

- Te amo, Juliette.

- No tanto como yo a ti -confiesa en una risita-.

Exhalo en un intento de relajarme. No tengo idea alguna sobre cómo se "empieza" a hacer el amor. La inseguridad de equivocarme me aterra, pero no tanto como el hecho de que si me pongo muy nerviosa, quizá Juliette desista de continuar. Sin embargo, mis pensamientos se cortan en dos apenas sus labios tocan a los míos sin esperármelo.

Juliette enreda sus manos detrás mío para llevarte contra su cuerpo desnudo. Nuestros pechos se toquetean entre sí desatando un tremendo calor, pero nada comparado con el incendio húmedo entre nuestras bocas. Dejo de pensar. Solo me centro en expresarle mi amor. Nos besamos un largo rato a lo largo de una carretera de tramos distintos. Algunos se tornaban infinitamente rectos para aprovechar en perder nuestras lenguas adentro de la boca de cada una. Una chispas de violencia aparecían al devorarnos con mordidas a nuestros labios, pero el camino cambiaba de improviso, y se proyectaba sinuoso. Bajábamos la intensidad, y disfrutábamos con cortos besitos y picos. Ahí sí podíamos respirar sin prisas ni ahogos. Reíamos entre beso y beso, y un par de veces tuve la sensación de que un fino hilillo de saliva nos mantenía unidas cuando nos separábamos un poco para respirar.

Los nervios se me cargan de electricidad cuando ella decide desviar sus besos lejos de mis labios. La piel se me humedece cuando su lengua marca un nueva travesía hacia mi cuello. Tiro la cabeza hacia atrás mientras que ella deja huellas de sus labios. No me importaría que quiera dejarme una visible marca. Claro que tendría mil problemas con mis padres, pero ahora mismo no me interesa nada más que Juliette. Pero ella se lo tomo con calma. Se desliza hasta el inicio de mis hombros. Muerde con fuerza a mi clavícula, y avanza entre mordidas, punzada a punzada de sus caninos. Yo no hago más que jadear como una dulce y caliente gatita a la que están acariciando con mucho amor.

Cada movimiento de su lengua, labios o dientes provocan que mi vida se detenga o acelere de golpe. Ella me encanta y la amo... Lo mejor es que Juliette lo sabe.

- Más... por favor...

Le supliqué con mi voz extrañamente ronca y profunda a causa de la excitación que corre por toda mi sangre.

- Claro que sí, nena. Pero primero te voy a encender como un sol antes de que te convierta en una supernova.

Su idea me enrojece las orejas, ya que de por sí estoy muy caliente solo con sus besos, pero ella quiere más. Las ansias me vuelven a comer de adentro hacia afuera. Percibo cómo la presión de la cama se traslada hacia detrás mío por unos segundos antes de volver a su sitio. Entonces, ella me toma de los hombros y me empuja para echarme, pero pronto el anterior movimiento, pues la mitad de mi cuerpo queda recostado y elevado varios centímetros por las almohadas sobre las que estoy. Sus manos vuelven a tocarme las rodillas y sin detenerse me separa las piernas.

La Chica EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora