Las clases virtuales en la universidad terminaron en la segunda semana de julio. Y de allí vinieron dos largas y aburridas semanas de exámenes finales. Más es el tiempo que me he pasado viendo novelas en la tele que estudiando. Este ciclo solo he tenido dos cursos con exámenes. El primero lo di el primer lunes de exámenes. Gracias a esta bendita pandemia, los exámenes son prácticamente un chiste en cuestión de facilidad. En especial, ese examen solo fueron 20 preguntas de opción múltiple y que eran textuales. Solo tuve que buscar en las diapositivas el enunciado de la pregunta y allí estaba la respuesta. Digamos que el examen de ayer fue un poquito más retador, ya que jamás he entendido una mierda sobre econometría, pero por cosas de la vida, incluso si sacaba 00 en el final, igual aprobaba el examen por el excelente 17.75 que obtuve en el examen parcial.
Claro. Desde ayer debería de haberme sentido liberada de temas universitarios. Pero recién desde hace dos minutos que lo estoy pues por fin terminé con mi exposición en el Taller de Tesis 1. Ni loca me quedaría a escuchar el resto de las exposiciones. Moría de hambre. Apenas el profesor me dio las gracias por la presentación, dirigí el puntero del mouse hacia el botón Salir de Zoom. Dejo que Dua Lipa inunde mis oídos con las últimas estrofas de Levitating y recién decido abandonar mi santuario -mi habitación- para bajar a almorzar.
Sonrío al encontrar vacía la cocina. Seguro que Helena ha salido de compras con mi papá. No es que odie almorzar con ellos, pero ya va a empezar la novela turca de las 4 de la tarde y no me la quiero perder. Con prisa destapo el plato del almuerzo -arroz con pollo- y lo meto al microondas por un minuto. Aprovecho el tiempo para llenar un alto vaso con gaseosa Inka Cola, y busco un tenedor.
De regreso en mi habitación, dejo el plato y el vaso sobre la mesita de noche y me apresuro a cerrar la puerta. No sé en qué momento comenzó esa manía, pero no soporto tener mi puerta abierta. Aunque también odio que papá o Helena toquen antes de entrar. Preferiría que solo entrasen y ya.
Comiendo y viendo la televisión es que celebro el inicio de las últimas vacaciones de mi vida universitaria. ¿Nostalgia? ¡Ni mierda! Lo único que quiero es acabar la maldita universidad. Al menos, este virus ha provocado que sobrelleve la universidad de la mejor manera. Las clases virtuales han sido una delicia. No he tenido que estudiar más de lo necesario. Mi único esfuerzo ha sido tener buenos apuntes y utilizarlos en todos los exámenes -aunque los profesores confían en su "PROHIBIDO MATERIALES DE CONSULTA". Sí, como no-. Pero lo mejor fue que no he tenido que gastar mi tiempo cruzando media Lima para llegar a las clases de las 8 a.m. estos últimos tres ciclos. Y mucho menos he pasado esas insufribles horas de espera entre clase y clase. Claro que hubo un tiempo en que me gustaba ir a la universidad, pasar el rato con algún amigo que también tenía la hora libre. Pero eso fue efímero. Luego, tuve que conocerlo y mi vida se terminó de joder. No he vuelto a tener amigos desde entonces. Aunque por culpa de ese hijo de perra, me volví popular en la facultad, ya que todo el mundo me señalaba. Sí, también fue mi culpa por confiar en quien no debía, pero ya está. No tiene sentido darle más vueltas a lo que sucedido.
He logrado convencerme de que puedo vivir sin personas a las que llamar amigos. Falta muy poquito para escapar de esta cárcel llamada universidad. Y cuando me anime a tomar un empleo tendré compañeros de trabajo, no amigos. Y eso es más que suficiente para mi bienestar.
Aunque apuesto a que cualquier persona que me viese, creería que tengo cientos de amigos. La razón es tan absurda y coherente a la vez. Bueno, al menos bajo el contexto peruano. Aquí si eres guapa -es decir, de piel blanca o clara- seguro que todo el mundo quiere tu amistad. Y ni qué decir si tienes ojos verdes o azules. Eres una especie de dios si tu cabello natural es distinto al insulso negro. En mi caso, no cumplo con el color de ojos. Los tengo de un pardo oscuro, pero mi pelirrojo natural me conduce al estereotipo de tener que ser extrovertida.
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La Chica Escarlata
RomanceA sus 22 años, Ana sigue envuelta en su depresivo estilo de vida. Lo único que desea es que llegue diciembre para graduarse y nunca más volver a la universidad donde no tiene amigos. Un inesperado viaje junto a su papá y madrastra la orillará a cruz...