Juliette (V)

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Había sido un Big Bang de caricias, besos, jadeos y susurros de nuestros nombres que chispotearon risitas entre las dos. La tenue oscuridad en la habitación otorgaba una inmaculada atmósfera de alegría y abandono en la que estábamos flotando. Paralizado e intenso se tornaba el tiempo cada vez que nos arrancábamos con mucho placer otro grito producto de deliciosos orgasmos.

Yo ya había perdido el número de veces que hicimos el amor durante este atardecer. Pero aún nos acariciábamos y besábamos para que el silencio no reinase en nuestra cama. Lo último que cualquiera de las dos quería era atreverse a cerrar los ojos y dormir hacía sea solo un efímero minuto.

El corazón me latía como loco desde que llegamos al departamento e incluso todavía sigue igual de intenso. Tenía miedo de decepcionar a Morgana cuando supieses quién era su enaltecida Juliette. Ella no dijo casi nada durante el viaje hasta aquí, pero cuando la puerta principal se cerró y ella saltó a estamparme un larguísimo y romántico beso supe que todo estaría bien.

Me acomodo un poco mejor en la cama y la oigo reír. Su cuerpo se pega más al mío, arrastrando sus manos a lo largo de mi espina dorsal, brincando sus dedos vértebra por vértebra. Entonces, Morgana levanta la mirada encontrándose con la mía en mitad de la oscuridad del anochecer limeño. Sin embargo, nuestros ojos brillan sobre la espesura de la noche cada vez que se encuentra para soltar chispas.

Mi adorada pelirroja chilla divertida cuando me atrevo a darle besitos por su cabello, deslizándome a través de su frente y bajando por el puente de su nariz.

- Me haces cosquillas... -se queja muerta de risa-.

- La más dulce de las torturas, nena.

Sus pestañas aletean antes de estrechar su cuerpo contra el mío y buscarme la boca para fundir nuestros labios y lenguas en uno solo. Nunca la había sentido tan feliz y liberada como ahora. Enlazábamos nuestros dedos, su rostro se acurrucaba sobre mi hombro, y nuestras piernas encajaban a la perfección entre sí mientras la respiración galopaba a menor intensidad.

- ¿Hasta qué hora te puedes quedar? -le pregunté al posar mis labios en su melena pelirroja, cerca de su oído-.

- Amm... Se supone que salí de compras. Así que considerando que me encontré con una amiga, yo diría que hasta las 9. ¿Ya es tan tarde?

Escucharla preguntar en ese tonito preocupado me oprime el corazón, pero pronto logro sacarle una sonrisa al tomar mi celular y mostrarle que apenas serán las siete de la noche.

- Creí que el tiempo se nos había ido mucho más rápido.

- Yo igual.

Es imposible resistirme a no besarla cada vez que sus hermosos ojos verdosos se fijan en los míos. Devoro con varios picos a sus mejillas hasta volverle a provocar otra oleada de carcajadas.

- Ya basta... Porfaaa...

- Nena, soy adicta a tu mirada.

- Yo también, amor. No sabes cuántas veces soñé con este momento. Aunque eso suena tan extraño viniendo de mí -dice con prisas-. Siempre fui quien no quería dar este último paso.

- Hemos pasado por tantas cosas. Y todo eso lo hizo más especial a esta tarde.

Me giro hacia el lado de la mesita de noche y enciendo la lámpara, iluminando a media a toda la habitación. Sus relampagueantes cabellos rojizos se entremezclan con el rubio de los míos cuando tomo su rostro entre las yemas de mis dedos para atraer su boca hacia la mía. Nos besamos con profundidad, enraizando nuestras lenguas como si fuese una sola, bebiendo nuestras salivas y respirando del aliento de cada una.

La Chica EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora