12. Havana

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Este es mi último fin de semana de vacaciones universitarias que tendré en toda mi vida. Bueno, técnicamente lo son, ya que la única asignatura que estoy cursando recién la tendré dentro de dos sábados. De todas formas me quiero despedir de mis vacaciones de la mejor manera. Después de todo, mañana es mi cita en el departamento de Juliette. Ella no me ha vuelto a escribir desde hace tres días cuando estuve en Barranco con Sasha, y le provoqué celos. Esa noche en que volví a casa, Helena creía que la sonrisa era porque me lo pasé muy bien con el hijo de los Herrera, pero la dulce culpable de mi felicidad era otra.

Las cosas no me pudieron salir mejor pues -sin mucho esfuerzo- todo se ha ajustado a mis deseos. Primero, a Sasha no se le ocurrirá invitarme a salir ni hoy ni mañana (quizá sí el domingo, da igual ese día) dado que estará ocupado en unos trabajos de programación de software por encargo de su papá. Y lo segundo es que Mimi me invitó a que hoy visitase su casa. Al principio quise negarme educadamente -mi amada agorafobia-, pero pensándolo mejor, sería la perfecta excusa para luego decirle a Helena que tengo ganas de salir de compras debido a que Mimi me mostró las nuevas tendencias de la moda. Así mañana quedaría justificada mi repentina salidita con Juliette.

Es la primera vez que visitaré un casa ubicada en las lujosas Casuarinas. Desde anoche no dejé de pensar en cómo debía de ser mi ropa. El adorado pasatiempo de toda familia peruana es rajar -o criticar- desde la manera en que una persona se vista hasta su forma de hablar. No sé si en otros países es así, pero aquí es tan natural que ni cuenta te das que lo estás haciendo. Según Helena, los Herrera no son tan "así" quizá por todo el tiempo que han vivido en Europa, pero no me quiero arriesgar y darles pies para que después estén "hablando" sobre si mis zapatillas estaban sucias o si uso ropa barata. En fin, tampoco quiero parecer una payasa que intenta lucir como quien no es. Ni mi ropa es marca Dolce & Gabbana, ni mi cartera es Chanel o Versace, pero sé combinarla muy bien. Zapatillas, pantalón y blusa oscuros, y una chaqueta de mezclilla, supongo que no desentonaré mucho.

Mi conocidísima ansiedad haces estragos dentro mío. La siento moverse como una inquieta serpiente que se enrosca sobre sí misma, mordiendo cada trozo de mi cuerpo para solo dificultarme más y más la respiración a medida que el servicio de Uber se acerca a la casa Herrera. O bueno, creí que era una casa hasta que el auto se detuvo y asomé la mirada a través de la ventanilla encontrándome con la fachada de una mansión. Antes de bajarme del auto, le escribo otro mensaje a Miriam para decirle que acabo de llegar. Mientras subo por las escaleras de piedra que conducen a la puerta principal, comienzo a creer que venir con una cartera Chanel no hubiese sido mala idea -claro, en el caso tuviese una-. El jardín frontal tiene hasta palmeras, no me sorprendería que también haya una enorme piscina en el patio. Me pregunto si Sasha les habrá contado a sus hermanas que mi casa de clase media no es nada del otro mundo. Quizá la primera impresión que las Herrera tuvieron sobre mí allá en el hotel fue que pertenezco a su mismo círculo social. ¿Ahora Mimi se comportará más creída que nunca? Mi teoría pierde sentido rápidamente porque fue ella misma quien me invitó a venir.

Pasa un rato y la puerta sigue cerrada. ¿Debería de llamar al timbre? Pero si ya le avisé...

- ¡Ana...! ¡Qué onda! -chilla una contenta y muy sudorosa Miriam-.

Me tardo unos segundos en reponer la mirada de sorpresa al verla. Juro que esperaba que la servidumbre sea quien me abriese la puerta -eso sería lo más lógico dado el contexto-.

- Ho... hola, Mimi.

Dudo en si debo o no saludarla con un beso a la mejilla.

- Sí, lo sé. Estoy hecha un desastre... -exclama, como si acabase de terminar de correr-. Entra, entra... Uff... Llegaste rápido, ¿no?

La Chica EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora