Juliette (IV)

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La húmeda y grisácea mañana limeña se alza frente a mí. Los ojos se me inundan con ese espectro melancólico impreso en las nubes color de panza de burro. Ese sentimiento casi me hace extrañar a mis días en Europa bajo un cielo azul. Ya estamos casi diciembre, podría estar relajándome en los Alpes suizos bebiendo una taza de chocolate luego de un excitante descenso en ski a través de las colinas nevadas.

Es curioso que esa idea no sea más que una posibilidad: no una queja. Por primera vez, me gustaría quedarme aquí en Lima. No precisamente por la ciudad que no posee pizca de gracia para mis estándares cotidianos. La verdadera razón se resume en una sola palabra: Morgana.

Cuando bajé del avión -hace unos cuantos meses- estuve convencida de que Lima solo sería una estación más antes de llegar a mi destino final. Disfrutar de unas vacaciones en Máncora, luego volver a la humedad de la costa central, pasar un par de semanas desapercibida, y luego aburrirme lo suficiente como para conseguir inesperadamente un empleo como ingeniera en el aeropuerto. Nada fuera de lo común. Solo otro día más en la oficina.

Sin embargo, tú tenías que aparecer, Morgana. Deshiciste mis planes con un solo gemido solo porque la mirada llegó después. A estas alturas ya no me sorprende que todo a nuestro alrededor esté de cabeza.

Mis pies han tocado la superficie del mismísimo infierno más veces de las que me quisiera recordar, pero ni una sola vez me había sentido tan perdida desde que te conocí.

Fines de noviembre, ya debería de ser verano, pero la nariz se me ha congelado en cuestión de minutos. Veo ante mis ojos cómo se materializa mi aliento. Debería de regresar adentro, pero ver la sala solo atraerá a malos recuerdos. Además, la frialdad que se encierran en esas cuatro paredes son más sádicas que la del clima limeño.

El putrefacto gris de las nubes me provocan arcadas, así que desvío la mirada hacia abajo y me encuentro con la quietud del parque a las 7 de la mañana. Nada fuera de lo normal. Varias personas trotando por los senderos que serpentean entre los jardines, un par van acompañadas de sus perros. Pronto varias desaparecen de mi vista, y otras llegan, casi como la vida misma. A excepción de cuando encuentras a una persona dentro de un trillón. Allí es cuando por más que dejes pasar al universo entero, lo más seguro es que no la vuelvas a encontrar.

Error. Después de todo, Morgana es la excepción a la regla.

Creí que jamás me volvería a cuestionar por qué acepté tomar este camino. Nadie me obligó. Fue decisión propia y siempre me he sentido orgullosa de ello, pero ahora... Cada uno de mis pensamientos lleva enmarcado su nombre.

Me aterra cerrar los ojos por el dolor que me causa ver reflejarse en la oscuridad el brillo verdoso de sus pupilas, esa inocente sonrisa y la expresión tan sensual de su rostro. Me despierto a mitad de la noche pensando en ti, Morgana. Doy vueltas en mi cama hasta sentir cómo la asfixia sube hasta mi garganta y debo de alejarme de lo que fue "nuestra" habitación. Mi único escape es este silencioso balcón que provoca que mi corazón hable hasta oírlo.

Sonrío al recordar mis largos días en Oriente Medio viendo una y otra, y otra, y otra vez el mismo video de decapitaciones a rehenes. En un intento de encontrar algo que el resto no veía, y también para curtirme en el día a día. Nunca dudé de que tenía lo necesario para superar el entrenamiento y acostumbrarme a otro estilo de vida. Uno donde el hiyab se volvería en una prenda predilecta de mi vestuario y donde mis conversaciones cotidianas con amigos sería reemplazada por interrogatorios a posibles miembros terroristas hasta forjar una extraña "amistad" con el único fin de desmantelar el siguiente atentado o secuestro.

Esos días no tan lejanos fueron fáciles y olvidables. Recién ahora se han tornado complicados y dubitativos desde que te conocí. Por supuesto, tú no tienes la culpa de nada, Morgana. Yo fui la que empezó con todo, la que quiso divertirse un poco una noche, sentirse viva como cualquier chica común y corriente. Claro... no soy ni común ni corriente. Mi estilo de vida es infinitas veces más complicado y pensado al milímetro en comparación con esa chica de mallas oscuras que corre al lado de su pastor alemán.

La Chica EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora