Salgo de mi cuarto para ir a desayunar cuando me encuentro con Thomas en el pasillo, él también iba a la cafetería así que decidimos desayunar juntos.
Estamos acabando nuestros cafés cuando pregunto :
—¿Sabes de alguna playa por aquí cerca que esté bien para hacer fotos?
Thomas deja su café sobre la mesa antes de responder.
—La de Santa Mónica es preciosa y está llena de surfistas guapísimos —dice mientras me guiña un ojo con diversión.
—Solo quiero hacer fotos —aclaro. —Me vendrá bien un poco de tranquilidad antes de mañana —agrego.
Mañana empezaban las clases y la idea me tenía dando saltos por las paredes, estaba nerviosa, feliz, preocupada, ansiosa... En realidad, tenía muchas ganas de empezar.
—Yo también estoy nervioso, pero, hoy he quedado con Will, así que le pediré que me relaje —me guiña el ojo otra vez y yo pongo los míos en blanco ante su insinuación indiscreta.
Will es el novio de Thomas, al parecer era un año más mayor que nosotros y estudiaba audiovisuales. Sentía mucha curiosidad por conocerle, según me lo había descrito Tom parecía un buen chico.
Cuando llega la tarde me visto con unos vaqueros cortos, la parte de arriba de un bikini y una camisa blanca sin abrochar, meto en un bolso de playa mi cámara de fotos, una toalla y las llaves de la habitación, doy un último vistazo por si acaso se me olvida algo y salgo por la puerta en camino a mi coche. La playa que Tom me había recomendado estaba a tan solo diez minutos en coche por lo que no tardo mucho en llegar, aparco y bajo las escaleras que llevaban a la arena. No hay mucha gente a excepción de surfistas como ya me había advertido Thomas. Extiendo mi toalla en la arena y saco mi cámara antes de dejar el bolso sobre la ella para que no se volase.
Me encantaba la fotografía, poder capturar todo lo que veía y sentía en solo un clic, había aprendido a vivir de ellas, de recuerdos.
Hago unas cuantas fotos del impresionante paisaje que tengo frente a mí antes de sentarme en la toalla y sacar el libro que había metido a última hora en el bolso. También adoro leer, poder transportarte a otros lugares, a otras vidas, solo con tú imaginación, me parecía algo fascinante y que sin duda me había ayudado a escapar cuando necesitaba olvidar la realidad.
Lo malo es qué la realidad siempre vuelve, por mucho que intentes escapar de ella.
Después de una hora el sol empieza a caer y formar un atardecer impresionante digno de fotografiar. Me levanto después de coger la cámara de nuevo y cuando voy a hacer la foto veo por el objetivo como un chico se coloca justo delante tapándome la visión y arruinando la foto por completo.
—Perdona, podrías moverte un segundo, es que justo iba a hacer una foto —pido tímidamente al rubio que se encuentra delante de mis ojos.
—Mierda, lo siento no me había dado cuenta —responde mientras se posiciona a mi lado dejando libre el frente.
—No te preocupes.
Cuando enfoco el objetivo noto su mirada sobre mí poniéndome nerviosa, consigo hacer la foto perfecta y sonrío mirando hacia la pantalla de mi cámara.
—¿Te hago una? —su voz me saca de mis pensamientos.
—¿Qué? —pregunto confundida sin saber a qué se refiere.
—¿Qué si te hago una foto? —aclara sonriendo.
No me había dado cuenta hasta ahora de lo guapo que era, rubio con el pelo un poco largo a los lados, mas o menos a la altura de sus orejas, con ojos azules y joder, tiene la voz más varonil que he escuchado en mi vida.
—Ah, no, no me gustan las fotos, pero gracias —respondo al fin.
Él enarca una ceja mirando mi cámara mientras forma una sonrisa ladina en su rostro.
—No me gusta que me hagan fotos a mí —aclaro rápidamente.
—Venga ya, dame una sola razón por la que no debas hacerte una foto con este atardecer de fondo —responde decidido. —Y no me digas que no eres fotogénica porque no me lo creo —añade mientras me mira de arriba abajo.
Abro mi boca varias veces en un intento de buscar alguna excusa, pero lo cierto es que no la tengo. Él me quita la cámara de las manos y me apunta con ella, no sé que hacer, hace tres años que no me hago una foto así que no tengo ni idea de cómo posar.
De repente él empieza a moverse a mí alrededor como uno de esos fotógrafos profesionales que salen en la tele, yo no puedo evitar reírme.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunto sin dejar de reír.
Entonces noto el flash de la cámara.
—Hacer que sonrías.
Me quedo en blanco, no sé que decirle. Se acerca y me enseña la foto, ha quedado genial, solo puedo pensar en lo orgullosa que estará de mí, he conseguido hacerme una foto sonriendo de manera natural por primera vez desde que se fue. No me da tiempo a agradecerle al chico desconocido cuando veo que unos de los chicos que están surfeando le llaman levantando el brazo.
—¡Venga Blake, hay olas buenísimas! —exclama el chico que lo llama
Así que se llama Blake. El desconocido que acaba de hacerme sonreír para una foto se llama Blake.
—Las olas me llaman, espero volver a verte por aquí "fotógrafa a la que no le gustan las fotos" —se despide mientras coge su tabla del suelo y corre hasta el agua.
Yo solo sonrío por como me ha llamado y decido que es hora de volver a casa. Mañana es el primer día de clases, pero no es en eso en lo que pienso antes de quedarme dormida esa noche.
ESTÁS LEYENDO
101 Latidos
JugendliteraturSavannah Brown se ha pasado la vida contando días, horas, segundos y latidos, muchos latidos. Espera que su vida tome otro rumbo ahora que empieza la universidad, quizá alguien le enseñara a vivir de verdad y a no esperar que la vida cambie para ell...