24. Golpes

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Es más de medianoche cuando por fin me acuesto en la cama, no he dejado de llorar desde que llegué a casa, justo después de salir del cementerio estuve dando vueltas con el coche durante más de una hora, sabía que tenía que tranquilizarme para cuando volviese al hospital con mi hermana.

Pero al entrar a casa no he podido retenerlo más, intento respirar hondo varias veces para calmar mis sollozos y poder llamar a Blake, sé que es tarde y que quizá no me coja el teléfono pero tengo que hablar con alguien.

1 pitido, 2, 3...

—Por fin, pensé que ya no me llamarías —suelta según coge el teléfono.

Y bueno, es lo único que hace falta para que vuelva a llorar y aunque lo intento, es imposible controlar los sollozos.

—Ey... ¿No lloras por lo que te he dicho no? —pregunta preocupado.

—No... —intento hablar. —He ido a ver a mi madre —la voz se me rompe y lo único que se escucha ahora es mi llanto.

—Que sepas que estoy muy orgulloso de ti —intenta animarme.

—Ella no debe estarlo, he hecho tantas cosas mal...

Cojo uno de los pañuelos de mi mesilla y me seco las lágrimas que me empapan la cara.

—Eh... Eso no es verdad —por mucho que lo repita esa idea nunca se va de mi cabeza. —Tu madre sabe quien eres, con eso debería bastar para estar orgulloso de ti —susurra a través del teléfono.

—Hay muchas cosas que no sabes Blake.

Y es verdad, Blake no estaba en la época donde pasaba de todo el mundo y me dedicaba a beber, fumar y acostarme con desconocidos cada noche. Seguramente le daría vergüenza saber sobre mi pasado después de la muerte de mi madre.

—Escúchame sirenita —y luego está ese apodo, que consigue alegrarme hasta el peor de los días, aunque ni si quiera sepa porqué me llama así. —Me da igual todo lo que hicieses antes de conocerme, y no tienes que contarmelo si quieres, pero no pienses que por eso no vales nada. Todos cometemos errores y no tendrían que perseguirnos toda la vida —explica.

—Te quiero —es la segunda vez que se lo digo, pero creo que nunca había sentido tanto dos palabras.

—Y yo a ti —y me saca una sonrisa sobre las lágrimas que siguen rodando por mis mejillas. —Duérmete y descansa ¿vale? No pienses en nada más —se despide.

—Vale, buenas noches —cuelgo.

Me lavo la cara y cuando estoy más tranquila consigo dormir.

A la mañana siguiente voy de camino al hospital para ver a mi padre y a mi hermana.

Contesto unos mensajes del grupo que tengo con Kate y Tom donde me preguntan que tal me va por aquí mientras subo las escaleras para llegar al pasillo de la habitación de mi hermana.

Me sorprendo cuando entro a la habitación y solo veo a mi padre sentado en una de las sillas mientras se sujeta la cabeza con las manos.

—¿Qué ha pasado? —pregunto preocupada.

—No lo sé, se ha despertado y no podía respirar, se la han llevado a hacerla pruebas —explica con tranquilidad fingida.

—¿Qué? —se me corta la respiración. —Mañana es su cumpleaños no puede estar mal —tartamudeo.

—Podemos celebrarlo otro día, cariño, eso es lo de menos —responde acercándose a mi para acariciarme la espalda en un intento de calmarme.

—¡No! Papá va a cumplir diez años no puede pasárselos así, bastante tiene con tener que estar encerrada en un hospital , es injusto —elevo la voz.

—Ya lo sé... Pero no podemos hacer otra cosa hija —explica.

Respiro hondo varias veces con la mirada perdida y salgo de la habitación prácticamente corriendo.

Salgo del hospital y me monto en el coche para arrancar rápido y conducir sin destino alguno. Las lágrimas de impotencia no tardan en llegar. Nunca pensé que esto pasaría, pensé que saldría bien que vería a mi hermana cumplir diez años de la mejor manera dentro de lo posible.

Pero como siempre nada sale bien para ella, no me puedo imaginar como tiene que sentirse, ojalá pudiese ser yo la que se la está jugando y no ella.

Aparco a un lado de la carretera porque las lágrimas empiezan a nublar mi visión impidiendome conducir con seguridad.

Así que le llamo.

—¿Estabas en clase? —pregunto sorbiendo la nariz.

—No, no te preocupes —me tranquiliza. —¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras? —pregunta con tono preocupado.

—Mi hermana ha tenido una recaída —le cuento con la voz rota.

Oigo cómo suspira a través del teléfono.

—Joder, bueno quizá mañana esté mejor —intenta animar.

—No va a estarlo Blake, va a pasar su cumple así —lloro.

—Siento mucho que no haya salido como esperabas sirenita —susurra.

—Es injusto Blake, lleva más de un año luchando contra esta mierda y ni siquiera le da un respiro el día de su cumple —me quejo.

—Lo sé... Pero no es tu culpa, no puedes hacer nada —y tiene razón, no es mi culpa, pero duele como si lo fuese.

—¿Dónde estás ahora? —pregunta.

—No lo sé, en una carretera —respondo mirando a mi alrededor.

—Joder Savannah, vuelve a casa, come algo y tranquilizate anda —me pide con un suspiro.

—Vale...

—Llamame luego por favor.

—Ok —respondo antes de colgar.

Tiro el móvil a la parte trasera del coche y le doy varios golpes al volante con rabia. Pero finalmente respiro hondo un par de veces y me estiró para coger el móvil y poner el GPS para ir a casa.

Sigo llorando mientras conduzco de vuelta, pero esta vez no son sollozos solo lágrimas que caen solas, pero que duelen igual.

Pienso en ir a ver a mi madre, en pedirle con todas mis fuerzas que ayude a mi hermana, pero, ¿como voy a pedirle algo después de todo?

Llego a casa, subo directamente a mi habitación, me quito la ropa y entro a la ducha, el chorro de agua fría me cala los huesos, pero me ayuda a dejar de pensar en algunas cosas.

Solía hacer esto cuando la ansiedad me ganaba, cuando tenía pensamientos que necesitaba eliminar de mi cabeza.

No sé cuánto tiempo paso allí, solo sé que mis lágrimas se mezclan con el agua de la ducha y que el dolor en el pecho es el peor del mundo.

Después de tantos golpes se me ha olvidado lo que es estar completamente bien.

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