—Hasta mañana —nos despedimos a la vez los tres antes de meternos cada uno en su cuarto.
Me quito las botas y empiezo a desvestirme para ponerme el pijama. Cuando estoy terminando de ponerme los pantalones el teléfono empieza a sonar, así que me subo los pantalones rápidamente y lo cojo al ver el nombre de mi padre en la pantalla.
—Hola papá, ¿qué tal Sarah? —suelto en cuanto descuelgo la llamada.
—Cariño...
Y solo con eso, con escuchar la voz rota de mi padre pronunciar esa palabra tal y como lo hizo tres años atrás, sabía lo que estaba pasando.
El corazón empezaba a acelerarse, y la respiración a cortarse, la mirada intentaba centrarse en un punto fijo aunque los ojos iban de un lado a otro, nerviosos y expectantes.
—No...—su voz se rompe y cierro los ojos en busca de una mínima esperanza. —No lo ha conseguido.
No lo ha conseguido.
No lo ha conseguido.
No.
Soy capaz de pulsar el botón de colgar antes de dejar caer el móvil y seguir sus pasos hasta estar sentada sobre el frío suelo. Mi respiración empieza a acelerarse, intento contar, como me enseñaron en el hospital, pero no funciona, las lágrimas caen solas y el dolor en el pecho es tan insoportable que siento que podría morirme de eso.
Se acabaron estas llamadas a las cinco de la mañana con malas noticias.
Pero se acabó su voz y su risa en las buenas llamadas. Su felicidad cada vez que me enseñaba un dibujo. Su sonrisa cuando me decía Sav.
Se acabó.
Quiero gritar, pero el nudo en la garganta me lo impide. El teléfono no para de sonar, pero a estas alturas ya no escucho nada.
Me acuerdo que cuando estábamos en el hospital los médicos siempre decían que las batallas más difíciles se las dan a los guerreros más fuertes. Mi hermana tenía diez años, no era una guerrera, no tenía que serlo. Tenía que estar aprendiendo a dividir y jugando en el parque con sus amigos. No luchando batallas que son imposibles de ganar, porque esto no había sido una batalla, mi hermana no había perdido, había nadado contra marea durante un año, y la gente se cansa, todos nos hubiésemos cansado, y algunos hubiésemos dejado de nadar mucho antes.
Así que mi hermana no había perdido una guerra, había ganado la libertad y las fuerzas que había gastado en este largo camino. Ahora estará con mamá, no se donde, pero sé que más libre que nunca.
Pero soy egoísta, porque quiero que esté conmigo, la necesito, sin ella todo lo que me sostenía se ha ido. Todas las ganas de seguir adelante como hasta ahora, no las encontraba por ninguna parte si no iba a volver a escuchar su voz.
Y luego está mi padre, solo, acababa de ver como su hija pequeña se le escapaba de entre los dedos sin poder hacer nada por salvarla, al igual que vio como su esposa lo hizo años atrás.
Ahora solo estamos él y yo.
Los golpes en la puerta empiezan a sonar aunque hago caso omiso a ellos.
—¡Savannah ábreme! —grita desde la puerta.
Mi padre le habrá llamado, no puedo quejarme, después de lo que intenté cuando me enteré de la muerte de mi madre es normal que quiera asegurarse de que estoy bien y que no hago ninguna tontería. Aunque esta vez ni siquiera se me ha pasado por la cabeza, no puedo dejar a mi padre solo, no lo soportaría y yo no soy capaz de hacerle ese daño.
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101 Latidos
Teen FictionSavannah Brown se ha pasado la vida contando días, horas, segundos y latidos, muchos latidos. Espera que su vida tome otro rumbo ahora que empieza la universidad, quizá alguien le enseñara a vivir de verdad y a no esperar que la vida cambie para ell...