23. Sanar

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Phoenix está a cinco largas horas de Los Ángeles, ya llevo tres conduciendo y se me está haciendo eterno. Esta mañana Blake me llevó a la residencia para que cogiera la pequeña maleta y pudiese empezar mi viaje a casa, me dio un beso y me pidió que le prometiera que tendría cuidado en la carretera, es él el que conduce como un loco temerario.
No he podido decirles adiós a Kate y Thomas porque estaban durmiendo y no me cogían el teléfono pero les llamaré en cuanto llegué.

En otras tres horas más llego a las puertas de lo que era mi hogar o bueno, por una parte sigue siéndolo.
Había tanto tráfico que no sabía si llegaría antes de la cena.

Saco las llaves de mi casa y abro, mi padre está en el hospital con mi hermana, yo solo vengo a dejar la maleta y me voy para allá.

Subir a mi habitación después de estos dos meses es extraño, no me quiero ni imaginar lo que sentiré cuando llevé más de un año en la universidad.

Dejó las cosas allí y salgo pitando para volver a coger el coche e ir al hospital, tengo muchísimas ganas de ver a mi hermana, aunque es horrible que tenga que pasar su cumpleaños metida en un puto hospital.

Vale, estoy buscando la habitación de mi hermana y estoy tan nerviosa que me sudan las manos.

101.

Esa es, habitación 101.

Llamo antes de entrar y escucho a mi padre decir "pasa" así que abro la puerta con las manos temblorosas.

—Hola.

—¡Cariño! —mi padre se acerca para darme un abrazo.

Mira que odio los abrazos, pero joder, que falta me hacia este.

Me separó de él y voy directa a la cama donde está mi hermana sentada.

La abrazo con suavidad para no hacerla daño con los cables y las mierdas que tiene enchufadas.

Si el abrazo de mi padre me hacía falta, no podéis imaginaros lo que siento con él de mi hermana.

La he echado tanto de menos.

He pasado tanto miedo cada vez que algo iba mal.

Retengo las lágrimas como puedo, y me separó de ella para darle un beso en la cabeza.

Otra de las cosas que me duelen es verla sin pelo, tenía un pelo rubio precioso, a diferencia del mío que es negro como el carbón. Siempre me pedía que la hiciese peinados nuevos, y yo siempre le decía que era una pesada, ojalá pudiese volver atrás y hacerle mil peinados de esos.

—¿Qué tal, preparada para cumplir diez años? —le sonrio.

—Sí, papá dice que diez años es un número muy importante —asiente emocionada.

—Lo es, significa qué queda menos para que dejes de ser una enana —la vaciló un poco, aunque no paro de sonreír.

Mi teléfono vibra en el bolsillo de mis vaqueros y me acuerdo de que se me ha olvidado avisar de que ya estaba aquí.

—Esperad un momento —cojo en teléfono y me alejo un poco hasta legar a la esquina de la habitación, aunque sé perfectamente que estarán poniendo oreja en todo momento.

—Hola, perdón por no llamar, se me ha pasado —me disculpo.

—No te preocupes, me lo imaginaba por eso he llamado yo —contesta despreocupado. —¿has visto a tu familia ya? —pregunta.

—Sí, estoy con ellos en el hospital —explico.

—Acuérdate de lo que hablamos —me recuerda la conversación que tuvimos esta mañana.

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