Capítulo uno

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—Has avanzado mucho Lizzie —cruza las piernas, adoptando su pose más característica.

Pongo cara de duda.

 —No lo creo.

Deja el cuaderno sobre la mesita de centro y su cara muestra qué estoy acabando con su paciencia.

—La Elizabeth que vi por primera vez no sería capaz de contarme absolutamente nada que pudiese ayudarla —suspira—. Mira, te estabas hundiendo en tu propia miseria y ahora estas intentando subir a la superficie a tomar aire. Nunca pierdo la Fe tan rápido en alguien como me pasó contigo. Estabas desesperándome y ahora me estás demostrando que esto —señala la sala en la que estamos con ambas manos—, merece la pena.

—¿Perdiste la Fe en mí?

—No puedo tener esperanzas en alguien que no quiere mejorar. Tú querías destruirte.

Las formas de decir las cosas que tiene Eloa son tajantes y directas, se clavan en ti como un puñal de hierro forjado. Tanto para lo bueno como para lo malo. Eloa ha sido la excusa perfecta para venir a los Ángeles todas las semanas y sentirme como en casa.

La universidad es un tanto abrumadora y, si le sumamos todo el estrés que me llevé de aquí, mejor no hablamos. Creo que las cosas se solucionan desde el punto de partida y por eso las primeras sesiones en Boston no funcionaban como lo hacen LA.

—¿Cómo sé que no sigo queriendo?

Vuelve a dar un suspiro de desesperación —estás intentando mejorar. Eso nunca muestra rendición.

—No lo estoy intentando lo suficiente.

—¿Otra vez Avery?

—Lo he intentado, de verdad. Pero, en cuanto las cosas empiezan a ponerse serias, me bloqueo.

Creí que iba a superar mis secuelas para él hasta que me atreví a contárselo a Eloa y me hizo darme cuenta de que todo está en mí.

Realmente, mis decisiones son mías.

—Teñirse el pelo de rubia no es una verdadera transición hacia la felicidad. Abrasarse el pelo —señala su pelo rubio platino—, no acaba con lo que nos hace daño. Que tuvieras la confianza para hablarme de tus problemas con él solo demuestra tus ganas de estar bien, y sobre todo, que estás luchando. Sin embargo, una coma en el camino te ayuda a reflexionar, pero no pone punto y final al sufrimiento.

Me quedo pensando en las palabas de mi psicóloga durante todo el viaje de vuelta mientras me quedo mirando a una hoja de Word en blanco. Hace unos días me decidí a escribir mi historia para dejar constancia de mi existencia en lo que siempre me ha dado la vida: La escritura.

Empecé escribiendo palabras sueltas sobre cosas que quería plasmar sobre el teclado y acabé viendo un fondo más oscuro. Todo lo que puse eran cosas negativas. 

¿Por qué narices siempre empezamos catalogándonos por lo que menos nos gusta de nosotros y dejamos lo bueno para el final?

¿Por qué cuando nos decimos cosas buenas nos sentimos unos farsantes?

Paso el vuelo inmersa en mi cabeza, por lo que el tiempo sucede extremadamente deprisa. De un pestañeo reconozco la ciudad en la que pasaré los próximos años de mi vida, Boston.

Mi hermano está esperándome en el parking del aeropuerto, apoyado sobre el capó del coche. Va vestido con una sudadera negra y unos vaqueros rotos oscuros que dejan a la vista uno de sus últimos tatuajes en el muslo. 

Desde que salió de la clínica, su única preocupación ha sido inyectarse tinta por lo que su cuerpo. Cada vez está más y más cubierto por manchas llenas de significado. Si algo caracteriza a mi hermano es la forma en la que usa su piel como vía de expresión. Todos y cada uno de sus tatuajes tienen razón de ser.

Nosotros [#2] (COMPLETA)✓ (Pronombres Que Terminan En Mi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora