Capítulo treinta y siete

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—Sigues siendo comportándote como una cría, ¿quieres dejarme hacer mi trabajo? Me sacas de quicio —Stefan dirige su mirada hacia la mesa y apoya el peso de su cabeza sobre la mano—. No pienso perder este caso, por mucho que tú quieras que todo salga mal.

—No pienso fingir y menos aún si es delante de él, no voy a darle ese gusto.

El rubio se levanta y empieza a dar vueltas de un lado para otro mientras se pellizca el arco de la nariz. Como siga poniéndole tanto esfuerzo a pensar va a acabar petando.

Resopla —vamos a ver, deberías tener sed de venganza. No entiendo por qué eres tan cínica conmigo y con ese trapo vas a dar tu pie a torcer.

—En ningún momento he dicho eso Stefan, solo te estoy pidiendo que dejes de personificarme como la débil en tus papeles —doy un golpe seco sobre el escritorio.

Lo lleva claro si piensa que voy a contar lo que me pasó delante de toda esa gente, no me da la gana retratarme como una niña indefensa. Mis lágrimas cuentan desde el 12 de julio, no solo porque relate lo que me pasó de manera desgarradora casi un año después.

—No eres débil, lo sé. Pero en ese momento se aprovechó de ti, estabas en una situación de inferioridad tanto física como mental. ¿Tanto te cuesta aceptarlo?

"Víctima", esa palabra suena a indefensa y débil. Yo no soy eso, lo era, pero eso ha cambiado.

Realmente, me gustaría retroceder al momento en el que todo estaba bien. Hace un año mi única preocupación era acabar el instituto y buscar algo que hacer en verano; menudo plan resultó. Han pasado meses, es normal que me haya fortificado y que no quiera más balas contra mi pecho. Estoy tan cansada de resistir que no sé cuánto más aguantaré, aunque espero que todo cambie y después del juicio esto quede en un mal recuerdo. No creo que sea capaz de olvidarlo en la vida.

—Mira, cada vez que intento concordar un plan contigo acabamos discutiendo —se calma poco a poco—. Me da igual que me odies, no me importa que pienses que soy un lameculos, no me incumbe lo que vayas a hacer en un futuro... Pero este caso es mío —se acerca a mi dando un par de zancadas—. No me dejo vencer tan fácilmente, esta vez no será una excepción.

Su sed de sangra tiene su encanto, por fin veo en el algo de personalidad. Aunque sigue sin gustarme su relación con mi padre, sé cómo se siente la búsqueda de algo de atención de una persona que solo tiene en mente el éxito. Es sencillamente frustrante.

—Me he ganado estar donde estoy, he dado todo para conseguirlo —su entrecejo se frunce y aprieta los dientes—. Esto —señala los papeles— es mi vida y yo siempre gano.

—Creo que empezamos a entendernos —sonrío.

—Sabes cómo sacar lo peor de la gente Elizabeth, ten cuidado —se acerca a mí y pone sus labios frente a mi oreja—. Tienes sangre de ganadora, pero actúas como una arrastrada.

Bendita herencia, unos ojos verdes y el pelo castaño... Ah, casi lo olvidaba, y una maldita empresa multimillonaria que no tengo idea de manejar.

—En tres años estaré allí, sentada en mi despacho de la última planta —me giro hacia él—. Veremos donde queda entonces tu dignidad.

—Yo solo hago lo que tengo que hacer para sobrevivir —se cruza de brazos—. Espero que cuando llegue ese día tú tengas algo más de modestia que yo, porque lo que viene de cuna no tiene que ir hasta la tumba. Grábate mis palabras, esto no te lo has ganado, espero que un día lo merezcas.

Las mangas de su camisa, que se recogió al entrar yo, se arrugan y él se ve molesto. No creo que nos vaya a ser fácil llegar a un acuerdo, somos todo lo contrario. Lo único que tenemos que nos une es lo que más nos divide: Las ansias de poder.

Nosotros [#2] (COMPLETA)✓ (Pronombres Que Terminan En Mi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora