Plans

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Creo que era la primera vez en toda mi vida que quería que el sábado llegara a su fin. ¿Por qué? Pues simplemente porque me sentía como un ruiseñor apresado y encerrado en una jaula. Entre Dylan, Josh, Karah y mi padre intentaban que saliera a la calle para divertirme y que me diera un poco el aire fresco, pero sinceramente, no me sentía con ganas ni ánimos como para ir a ninguna parte. Me pasaba todo el santo día en mi habitación escuchando música o simplemente pensando en mis cosas mientras miraba el techo de mi habitación como si fuese la cosa más interesante del mundo. Las pocas veces que salía era para ir al baño o para comer algo -sí, incluso mi apetito había disminuido notoriamente-, y aun así siempre tenía la mirada perdida y hablaba lo mínimo posible -es decir, con monosílabos y gestos bastos-.

Sabía que Lauren había intentado ponerse en contacto conmigo, pero me las ingenié bien para esquivarla sin levantar sospechas. Aún no me podía creer todo lo que había pasado. Me estaba costando asumir la extraña relación que había entre mi amiga -ahora ex amiga, supongo- y Lobo. Lobo, dios mío, cómo había caído en sus juegos sucios y sus enredos. Nunca llegué a pensar que podía ser tan ingenua y manejable. Por su culpa parecía que andaba con una menstruación perpetua. Si había que echarle las culpas a alguien sobre mi bipolaridad, él era el único culpable.

- Beth-estaba tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que Dylan había entrado en mi cuarto y se encontraba sentado a mi lado en la cama.

- ¿Ocurre algo?-levanté mi vista de la pared de enfrente de mi cama para fijarla vagamente en el rostro de mi hermano.

- Vas a seguir sin contarme qué demonios te pasa, ¿no es así?-asentí, dándole la razón- Bueno, pues en ese caso vengo a informarte de que saldré con Josh y Lauren a tomar algo. Josh invitó también a Kim, creo que habrá que ir haciéndole un hueco en el grupo.

Suspiré, eso es una de las cosas que más me costaba callar. Dylan estaba muy ilusionado con su relación con Lauren, y aunque no lo admitiera y no lo demostrara sabía que estaba loquito por sus huesos. Y eso me estaba fastidiando, puesto que no quería hacerle daño contándole sobre la posible aventura secreta de su "ligue" y mi "amante".

- Está bien.

- Te quedarás sola unas horas. Ten cuidado y si pasa algo, llámame.

- Ya tengo bastante con un padre-bromeé por primera vez desde el viernes.

- Elisabeth...

- Que sí pesado. Descuida, vete tranquilo. Soy mayorcita, ya sé cuidarme sola.

- Aunque fueses una anciana senil de sesenta y nueve años, seguirías siendo mi pequeña Bethy-Bell.

- Prometiste no volver a llamarme así cuando cumplí los nueve años.

- Crucé los dedos-se inclinó sobre mí y plantó un beso en la coronilla de mi cabeza-. No hagas locuras ni llames a ningún chico. No quiero ser tío... aún.

- ¡Vete ya!-riendo, le lancé una almohada que él paró antes de que impactara con su cara. Me lanzó el cojín de vuelta, me mandó un beso y se marchó de mi habitación.

Volví a mi anterior estado y cerré los ojos. Tal vez si dormía podría olvidar por unos instantes el ajetreo de mi cabeza. En realidad, ese era el único modo y a veces ni eso. Así que me recosté e intenté descansar un poco, pero justo cuando estaba a punto de perderme en los brazos de Morfeo, el sonido del timbre suena por toda la casa y me espabila. Con un gruñido molesto, me levanto de la cama, me pongo mis zapatillas y bajo para poder abrir la puerta y descubrir y recibir a quien quiera que fuera quien estuviera en el porche. Al hacerlo, la platinada y violeta melena de Karah entró sin ni siquiera pedir permiso en mi hogar. Con un suspiro, cerré la puerta y me giré en su dirección.

WolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora