Arianna Elisabeth Smith. Una chica con un presente normal, un futuro por venir, y un oscuro pasado. ¿El causante? Emily.
Sus miedos:
El bosque.
La oscuridad.
Los lobos.
Ella les teme más que a nada en el mundo. Pero... ¿puedes enamorarte de tus mie...
Y allí estaba yo, caminando por la calle, con la cabeza gacha y mis manos metidas en los bolsillos delanteros de mi pantalón. Mi mente, perdida en algún rincón de mis recuerdos. Una vez a la semana, iba a reencontrarme con mi pasado a voluntad propia. Sé que no debería, que es una locura y que sería lo mejor para mí alejarme de ella. Pero simplemente no podía, no podía repudiar a aquella persona que fue tanto para mí durante una larga serie de tiempo. Ella me había dado la vida, y no podía alejarla de mí.
Me había cambiado de ropa. Ahora llevaba una camisa a cuadros blancos, negros y grises, una sudadera gris y negra y un gorro negro caído-todo eso de mi hermano-. También tenía puesto unos vaqueros oscuros, unas converses y un pañuelo grises. Sinceramente, mi estilo diario y común de vestir era sencillo y no muy femenino. Adoraba la ropa ancha, sobretodo la que le cogía "prestada" a mi hermano.
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Detuve mis pasos frente a un imponente edificio de ladrillo. El día nublado y gris, el ambiente allí dentro, también. Nada había cambiado desde la semana pasada. Los barrotes en las cerradas ventanas y las aseguradas puertas, la pintura gris de las paredes y el cartel de "Centro Psiquiátrico de Wolves Hollow" a la entrada intacto. Con un tranquilizador suspiro, me interné en el gran edificio. Me acerqué al mostrador. Todo allí era lúgubre, triste y solitario. Una mujer de avanzada edad se encontraba ordenando unos informes. Con un leve carraspeo, llamé su atención, haciendo que se girara a verme. Su cara con arrugas, su pelo gris, corto y rizado, sus gafas de anciana y su ropa desfasada le hacían ver más vieja de lo que ya era. En la placa que llevaba puesta ponía Sñra. Ryans.
- Buenas tardes, Sñra. Ryans-le saludé.
- Beth, querida-dijo con una amable sonrisa-, ¿qué tal estás hoy? ¿Tuviste una buena semana?
- Eh... no me puedo quejar-intenté sonar sincera.
- De acuerdo-no sonó muy convencida. Lo cierto era que esa mujer me conocía como a la palma de su mano-. En fin, pasa, Emma te está esperando. Toma la pegatina-me pegó una pegatina con la palabra "visitante" en la sudadera y fui acompañada por dos fornidos enfermeros por el edificio.
Cuanto más me acercaba, más nerviosa estaba, ya que sabía que a cada paso que daba, estaba más cerca de verla. No solía ponerme así cuando iba a verla, pero pronto sería el aniversario de aquello, y eso la ponía nerviosa. Le daban ataques de ansiedad, convulsiones, deliraba y decía cosas sin sentido a gritos y con mucho dolor.
Una puerta con la placa "sala de visitas" apareció ante mis ojos. Con un leve temblor en la mano, logré girar el picaporte y abrir la puerta. La sala estaba oscura, apenas alumbrada por una bombilla de bajo consumo. Las ventanas, cerradas, con las persianas levantadas y con barrotes. Los únicos muebles que había eran una mesa y dos sillas de aspecto no muy cómodas. Y allí estaba ella, mirando por las rendijas de la persiana, con su rostro alumbrado por los escasos rayos de luz. Su largo cabello castaño caía en cascada sobre sus hombros. Sus ojos azules, apagados y sus labios, secos y agrietados. Profundas y marcadas ojeras estaban bajo sus ojos. Una sonrisa curvó sus labios cuando su mirada se posó en mí. Una sonrisa que, sin embargo, no llegaba a sus ojos. No había vuelto a sonreír de verdad desde aquel fatídico día.