Nightmare

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Desperté bañada en sudor frío. Esa pesadilla me perseguía, y me atormentaba una y otra noche desde hacía casi diez años. Y la odiaba. Odiaba pasar miedo cada vez que cerraba los ojos; odiaba no poder acercarme al bosque por culpa de los recuerdos; odiaba tener que dormir con una lucecita de noche a pesar de tener dieciocho años. Encima, ahora que el aniversario se acercaba, el nivel de mis pesadillas aumentaba.

Miré la hora en el reloj-despertador de mi mesilla de noche, las siete menos cuarto. Aún era pronto para ir al instituto. Decidí levantarme para tomar una ducha. Salí de mi cuarto y me metí en el baño. Me quité el pantalón de chándal y la camiseta vieja de manga corta y ancha de mi hermano que usaba para dormir y abrí el grifo del agua caliente. La calidez del agua limpiaba mi cuerpo y relajaba mis músculos y mi mente. Volví a mi habitación envuelta en una toalla y con mi pelo mojado suelto. Abrí el armario y elegí algo de ropa para ponerme. Me vestí con unos vaqueros pitillos claros rotos, una camiseta negra que dejaba ver mi hombro izquierdo, una chaqueta de cuero negra de mi hermano, su gorro gris y mis botas militares. Perfilé mis ojos con delineador, apliqué rímel a mis pestañas y ya estaba lista. Me miré al espejo y acaricié el colgante que siempre llevaba puesto. Nunca me lo quitaba. Era un colgante de plata. Tenía forma de lobo y en los ojos llevaba dos esmeraldas. Lo tenía desde aquel día. Era lo único que me quedaba de ella.

Aparté los recuerdos de mi cabeza y bajé a la cocina

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Aparté los recuerdos de mi cabeza y bajé a la cocina. Saqué la masa de tortitas de la nevera, la puse en la plancha e hice un gran plato. Les puse miel y exprimí naranjas hasta llenar una jarra entera. Me senté y empecé a comer. Unos pasos cansados me hicieron girar la cabeza. Para ver a mi hermano apoyado en el marco de la puerta, con cara de dormido.

- Buenos días -saludó Dylan mientras se sentaba en una silla y comía tortitas.

- Termínate eso rápido marmota -contesté-, que tienes que prepararte.

- Sí, señora -hizo un divertido gesto militar. Reí-. Wow, que ojeras, ¿no dormiste bien?

- No, tuve una pesadilla.

- Beth... -me miró. Por si las preguntas, me llamaban Beth por Elisabeth, mi segundo nombre- No fue culpa tuya, lo sabes. Debes asumir lo que pasó y superarlo. Han pasado diez años.

- Lo sé Dylan, pero es superior a mí.

- Olvídalo, seguro que puedes-me dedicó una débil sonrisa y se levantó de su silla. Subió las escaleras hacia su cuarto, para cambiarse y prepararse.

Terminé mi desayuno en cinco minutos. Lavé los platos, los vasos y los cubiertos y los volví a colocar en su sitio. Revisé que llevaba todos los libros en mi bolsa de la escuela y tras comprobar que no faltaba ninguno, me la colgué al hombro y esperé. Dylan bajó poco después completamente vestido y con su mochila puesta. Salimos de casa y nos metimos en su vieja camioneta. Dylan arrancó y nos pusimos en marcha hacia el instituto.

- ¿Cuándo dejaras de ponerte mi ropa, enana? -preguntó divertido, sin dejar de mirar la carretera.

- Cuando dejes de llamarme enana, marmota -reí.

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