Prólogo

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Emily. Ella siempre ha protagonizado mis pesadillas más oscuras. Todo empezó el día que ella se fue, al lugar de donde nunca se vuelve, donde la dama negra te lleva para no traerte de vuelta. Aquella oscura noche nunca dejará de perseguirme y martidizarme por lo que pasó, aquello que mi curiosidad de niña provocó.

Estaba oscuro, mis ojos apenas podían ver más allá de un metro con claridad. Los árboles me rodeaban, la hojas secas caídas crujían al ser pisadas por mis pequeños pies descalzos. Hacía mucho frío, y mi fina rebeca no aislaba el frío de mi pequeño y débil cuerpo. El vaho que salía de mi boca hacía que la temperatura de mi piel bajase aún más. Me froté los brazos, tratando de entrar un poco en calor, ignorando el sonido que hacían mis dientes al tiritar. Andaba sin rumbo, vagando por aquel bosque del cual no podía salir. Una sombra pasó fugaz por mi espalda, haciendo que pegara un brinco y volteara inmediatamente a ver qué era. Nada. Volví a mi anterior dirección y continué caminando. Y, como si fuese una sombra, un espejismo, un espectro o un recuerdo del pasado, apareció. Estaba allí, ante mis ojos, casi igual que la última vez que la vi. Su piel estaba algo más pálida y sus labios, que en tiempos antiguos habían sido rosados y carnosos, ahora eran escuetos y casi del color que su piel. Su largo cabello castaño, casi rubio, estaba sucio y enredado, enmarañado por los hombros. Sus ojos, azules como el cielo, estaban apagados. Su vestido ya no era más que un montón de harapos. Ya no era ni la sombra de lo que era.

- ¡Emily!-exclamé, con la esperanza de que aquella espectral niña, que apenas alcanzaba los ocho años, escuchara mi grito esperanzado.

- ¡Atrápame, Anna!-dijo con un tono infantil y divertido en su voz, pero que también daba escalofríos. Y con una leve sonrisa juguetona, echó a correr en dirección contraria a mí.

- ¡Espera!-le llamé, pero fue inútil. Tras unos instantes, comencé a correr detrás de ella.

Mis congelados y sucios pies corrían todo lo rápido que podían. Ramas arañaban mi piel y el viento despeinaba mi cabello. La oscuridad del lugar provocaba que tropezara seguidamente. De un momento a otro, el bosque se abrió, dejando a la vista un  pequeño claro solitario. Tan sólo era un trozo pequeño de tierra circular sin árboles, pero suficiente para dejar pasar los rayos de luz de luna, aclarando un poco más mi visión. Pero por desgracia, la había perdido. Ya no había rastro de ella. La llamé, desesperada, tratando de que hablara o saliera a mi encuentro de nuevo. Pero no pasó. De repente, un grito desgarrador rompió el silencio. La llamé a grito vivo, en un desesperado intento de correr y encontrarla, pero me sentía incapaz de moverme. Mis pies estaban clavados en el suelo. Estaba muy nerviosa y asustada. Tenía frío y me sentía débil. No podía pensar con claridad. Dos extraños brillos me hicieron mirar hacia la maleza que se encontraba en frente a mí, aún demasiado lejos. Casi al instante, esas luces se reprodujeron a pares en cuestión de segundos. Estaba aterrada. Y mi pánico aumentó cuando decenas de hocicos peludos asomaron. Sus dientes, grandes y afilados, estaban manchados de sangre, al igual que sus grandes y poderosas garras. No había duda: ellos habían atacado a Emily, y habían acabado con ella. Los músculos de mis piernas reaccionaron y empecé a correr en dirección contraria a los lobos. Mi respiración y la temperatura de mi cuerpo iban en aumento, pero la angustia que sentía en ese momento me impedía entrar en calor. ·Ellos iban cerca, y sus aullidos, sedientos de mi sangre, se escuchaban a mis espaldas. Todo pasó demasiado rápido. Tropecé con la raíz de un árbol que asomaba por encima de la tierra, y caí al suelo. Apenas tuve tiempo para girarme, y ver cómo se abalanzaban sobre mí, clavando sus garras y sus colmillos en mi delicada piel de niña...

WolfDonde viven las historias. Descúbrelo ahora