Capítulo II

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Todo mi cuerpo está adolorido y tengo un hematoma en una mejilla del golpetazo contra el suelo. Trato de que Michael no se percate de ello. De nuestro armario, quito aquella lata de patatas para contar el dinero que hay en el: quinientos treinta dólares. Saco quinientos dólares, los doblo cuidadosamente y los guardo en el bolsillo de mis pantalones.

—¿Ya terminaste tu desayuno? —pregunto mientras devuelvo la lata a su lugar con el sobrante de dinero adentro.

Una vez más intentaré encontrar un maldito trabajo hoy. De lo que sea, menos de lo que ya me encontraba haciendo. Necesito detener todo esto, estoy cansada de Dylan y de las amenazas de Theodore.

Tengo un plan, no sé si de corto o largo plazo, pero necesito salir de aquí. Debo empezar una nueva vida con Michael. Recorrí Manhattan, Bronx... todo Nueva York en mi búsqueda, pero ha sido en vano.

Michael asiente con la cabeza mientras termina su bol de cereal con leche. María, nuestra vecina, ha sido más que generosa con nosotros, además de ayudarnos con la compra de algunas cosas (entre ellas el cereal de Michael) ha cuidado de él varias veces. María no sabe a qué me dedico, no debería hacerlo. Quiere a Michael como a un hijo y es lo único que me importa.

Faltando poco para llegar, una de mis piernas deja de responder. La golpiza de anoche me dejó mal, no iré al hospital porque me harán demasiadas preguntas y temo que lleven a mi hijo lejos de mí una vez más.

—¿Estás bien mami? —Intento poner mi mejor cara para él, pero es un niño más que inteligente. Asiento con rapidez. Me duele mucho el cuello.

—Estoy perfectamente bien, cariño.

—¿Quién era el señor que vino anoche?

Parpadeo sorprendida ante su pregunta.

—Él era un hombre malo.

—Si él era un hombre malo ¿Por qué lo dejaste entrar? Siempre me dices que no me acerque a los hombres malos.

—Porque quería hablar conmigo, eso es todo. —Lo tomo del brazo para detenerlo en su camino al departamento de María. Me pongo de cuclillas frente a él para dejar mi rostro a la misma altura del suyo. Mis rodillas duelen al doblarse, todas mis articulaciones duelen. Tomo sus pequeñas manos y le advierto—: Me prometiste anoche que no hablarías de ello con nadie ¿Cierto?

Con expresión seria y sin despegar sus ojitos de los míos, asiente.

—Bien, entonces no rompas tu promesa ¿Está bien? O estaremos en problemas. —Suelto sus manitos para sujetarlo de sus mejillas—. No rompas tu promesa, por favor.

—No lo haré.

Finalmente llegamos al departamento cuarenta y tres. Las siluetas oxidadas de los números cuatro y tres sobre la madera oscura y gastada son indicios de que alguna vez estuvieron un par de números de metal incrustados en ese mismo lugar.

Pido a Michael que golpee la puerta y María nos recibe con una amplia sonrisa, aquella sonrisa iluminada que la caracteriza.

—Michael, mi niño.— Ella se inclina para abrazarlo.

Se endereza para saludarme.

—Valerie ¿Cómo estás?

Su gesto de preocupación me obliga a poner mi mejor cara.

—Estoy... estoy bien.

—Tienes un golpe en el rostro ¿Qué pasó?

—Nada, me tropecé.

—Hmmm...— Sacude la cabeza.

Su expresión me da a entender que no creyó mi excusa

—¿En qué puedo ayudarles?

Llámame CrystalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora