Epílogo

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 —Su Señoría mi cliente afirma que fue obligada a participar del secuestro del niño Michael Ray bajo engaños —Amanda no despega la mirada de sus dedos cruzados sobre el enterizo naranja, mientras su abogado continúa defendiéndola —Son el ultimado Theodore Massen y Dylan Hayes los autores, tanto intelectuales como materiales de este hecho, mi cliente es una víctima más en esta situación.

—Sin embargo mantuvo relaciones sexuales con el acusado Dylan Hayes, de alguna forma tenía conocimientos del hecho ¿Cierto?

El abogado guarda silencio por unos segundos.

—Señoría, me temo que...

La jueza levanta su mano para callar al letrado.

—Señorita Monroe por favor, póngase de pie —Amanda se asusta al escuchar a la jueza quien lleva su caso, de inmediato obedece.

— ¿Está de acuerdo con que le haga unas preguntas? Tan sólo para acelerar esto.

Asiente rápidamente.

—Amanda, creo que no es una buena idea —susurra su abogado.

—Abogado ¿Tiene algún problema en que haga unas preguntas a su cliente? —La jueza inclina su cabeza y mira a ambos por sobre sus lentes de media luna.

—Su Señoría, no estoy de acuerdo.

La Jueza no oculta su desagrado —Acérquense, por favor.

Ambos, cliente y abogado se acercan con miedo al estrado.

—Estoy tratando de ayudarles, a la vez que deseo servir justicia a los afectados —se dirige al abogado —Si no está dispuesto a colaborar, afectará la continuidad de este juicio Letrado, puedo ponerlo en desacato por sus acciones.

Casi de inmediato, el abogado cambia de parecer.

—Niña, acércate.

Amanda obedece a la jueza.

— ¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete.

La jueza levanta sus anteojos hasta su cabeza y lleva sus dedos hasta el puente de su nariz —Jovencita ¿Tiene idea de la gravedad de sus actos?

Amanda comienza a llorar —Yo no sabía, su Señoría... que Dylan...

La Jueza frunce sus labios y niega con la cabeza —Déjame recordarte niña, pusiste tu palabra bajo juramento y según veo aquí —levanta la carpeta de evidencias, la deja caer sobre su escritorio y saca de a uno los papeles —En los mensajes de texto que intercambiaste con Dylan Hayes desde el día que irrumpió en la propiedad que estaba siendo ocupada por Valerie Ray y su hijo en aquel momento veo otra cosa, estos "mensajes" —dibuja comillas en el aire —Apenas pude terminar de leerlos ¿Cómo se supone que una niña de diecisiete años tenga la mente tan retorcida? ¿Sexo en un lugar público? ¿Sobre un cuerpo? ¿Cómo puedes hablar de torturar a un niño a cambio de unos dólares? —La jueza suspira y agrega —Puedes dejar el teatro para después —Recoge los papeles para guardarlos dentro de la carpeta de evidencias.

La acusada suspira con rabia.

—Vuelvan a sus lugares, por favor.

—Tendremos un receso y a la vuelta se hará lectura de la sentencia contra la Señorita Monroe.

Golpea con el mazo.

"Amanda Monroe, su pedido de ser tratada como menor de edad ha sido rechazado por la cercanía a la mayoría de edad, así también por la gravedad de los hechos los cuales se la acusa.

Se la acusa de secuestro, en el grado de cómplice.

Será trasladada a la Institución Correccional Federal Aliceville, en Alabama, donde cumplirá la pena de quince años, y el tribunal ha decidido que podrá tener la posibilidad de solicitar su libertad condicional una vez cumplidas las tres cuartas partes de su condena..."

*****************

— ¡Abran los portones!—grita uno de los guardias de la Prisión Estatal de Florida, donde el menor de los hermanos Hayes se encuentra cumpliendo su condena.

Creyó que iba a salirse con la suya, por el simple hecho de cargar con ese apellido. Aun así, su sentencia es de por vida.

Con fuerza, ambos guardias lo obligan a sentarse sobre la silla en la sala de visitas en la cárcel y allí entra ella, toda ella... grandiosa, arreglada y hermosa. Con demasiada sutileza toma asiento frente a Dylan y con asco toma el teléfono a través del cual hablará con él, pensando en cuántas personas, de qué clase social, de qué color habrían tocado ese mismo intercomunicador:

—El color naranja se ve horrible en ti —dice ella en tono juguetón a la vez que levanta una ceja.

—No es gracioso —replica el ahora preso Dylan Hayes.

—Lo siento —la expresión de ella se enseria. Suspira antes de continuar: — ¿Cómo has estado?

— ¿Cómo piensas que estuve? ¡Éste no es un maldito hotel de cinco estrellas!

Baja la cabeza ante el reproche de su amado. Ella odia cuando él le grita, le asustaba pero aun así lo ama o al menos eso cree.

Sus ojos se llenan de lágrimas, por su cuerpo vaga un escalofrío al mismo tiempo que el sentimiento de impotencia aflora en su pecho.

—Te extraño demasiado—dice entre sollozos.

—Y yo a ti.

Suspira — ¿Por qué nos pasó esto, Dylan?

—Yo no tengo la culpa, mi hermano y su prostituta me llevaron a hacerlo.

La visitante traga saliva de forma ruidosa al escucharle mencionar a Valerie... o Crystal.

—Ella es quién nos trajo hasta aquí, mi amor.

La respiración de Dylan empieza a acelerarse, así también los latidos de su corazón. La rabia se apodera de él y comienza a gritar de forma iracunda — ¡Ambos nos las pagarán! ¡Tendrán su merecido!

— ¿Pero cómo, Dylan?—responde la visitante desesperada.

—Eso lo voy a dejar en tus manos, mi amor.

Ella suspira y asiente.

— ¿Qué quieres que haga?

—Ya sabes que armas tienes... —responde él, mirándola desde los pechos hacia arriba.

Casi de inmediato ella entiende el mensaje, debe seducir a Troy Hayes.

— ¿Pero... y tú...?

Niega con la cabeza —No te preocupes por mí, sé que lo harás porque odias a mi hermano tanto como yo lo odio a él, lo sé mi amor, en su momento Troy no supo cómo tratarte, mereces algo mejor, merecemos ser felices y si eso significa sacar a mi hermano de la ecuación pues bien, lo haremos.

Ella intenta procesar sus palabras, así también seducida por ellas la mujer afirma con la cabeza —Fundiré la vida de ambos.

— ¡Eso! ¡Eso es lo que deseo escuchar! —responde el reo con entusiasmo. Ambos empezaron a reír, esperando el momento ideal para poner en marcha el plan de su venganza.

Ella suspira —Dios Dylan, no sabes cuánto te amo.

—Y yo a ti, Stella.

Stella sonríe ampliamente, le conforta el hecho de sentirse valorada, no de la forma más tradicional, pero valorada al fin.

Levanta su mano y la apoya suavemente sobre aquel vidrio que los separa, Dylan hace exactamente lo mismo en el lado contrario y así quedaron por un buen rato, tan cerca y a la vez tan lejos.

Llámame CrystalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora