Capítulo VIII

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  Extiendo los brazos, mis piernas y aspiro mientras despejo mi rostro con ambas manos para despabilarme. Gimo al sentir la suavidad y frescura de las sábanas de la cama más cómoda en la que estuve alguna vez.

Sonrío al recordar lo que pasó en la cocina. Muerdo mi labio inferior... no puedo esperar a verlo.

Nunca antes había dormido tan bien.

Doy un par de vueltas en la cama y Michael no está a mi lado. Hay una línea de luz entre las cortinas, cuando las separo la luz del sol entra por toda la habitación pintando de un tenue dorado todo lo que alcanza y por primera vez veo la ciudad de Nueva York desde este punto, tan pero tan alto. Aquí la vista es mucho mejor que la oficina de Troy.

Salgo de la habitación para buscar a mi hijo y unas voces me llevan hasta la cocina. Michael está sentado sobre una de las butacas de la isla de la cocina comiendo cereal desde un bol, mientras habla con Troy que se encuentra manipulando una sartén y una espátula de cocina.

—¡Mami! —grita mi hijo emocionado. Baja de un salto para abrazarme por las piernas.

—Buenos días mi boo-boo ¿Dormiste bien? —Peino un mechón rebelde de su cabello.

—Sí ¿Y tú?

—Yo también.

—¿A dónde fuiste?—pregunta y frunzo el ceño.

—¿Cuándo?

—Anoche.

Abro la boca en asombro y miro directamente a Troy —Bueno... yo...

—Tu mami y yo hablamos un rato, ya sabes, cosas aburridas de adultos —interrumpe Troy.

Michael gira hacia él y luego me mira—: Sí, súper aburridas, muy aburridas —Desvío la mirada hacia su desayuno—. ¿Desayunaste? —pregunto para cambiar el tópico de conversación.

—Justo a tiempo —Troy me guiñe un ojo mientras deja unos panqueques quemados sobre un plato. Aguanto una risa. Miro a Michael y me da una mirada cómplice.

—¿También cocina, Señor Hayes?

—Si panqueques y huevos fritos pueden ser considerados como platillos gourmet pues sí, también cocino —maldice en un susurro al quemarse los dedos y lleva sus dedos quemados hasta su boca—. Creo que no fue buena idea dar a Dolores la mañana libre.

Reímos.

—¿Necesita ayuda? —pregunto al percatarme del desastre que dejó y de lo mal que está haciendo absolutamente todo.

Niega con la cabeza.

Apuesto y orgulloso.

—Si usted lo dice, Señor Hayes —agrego en tono juguetón y me levanta una ceja.

Veo que Michael aún tiene puestas los pijamas de Spider Man —¿Ya agradeciste al Señor Hayes por los pijamas? —Mi hijo niega con la cabeza

—Michael Maurice —lo llamo por su nombre completo para llamar su atención.

—Gracias Señor Hayes, por los pijamas.

—De nada, amiguito —responde Troy, sonriendo—. Puedes decirme Troy o tío Troy.

Parpadeo en sorpresa— No creo que llamarte tío, sea una buena idea.

—¿Suena un poco extraño, cierto?

—Absolutamente.

—Troy, entonces.

Llámame CrystalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora