Capítulo I

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—Sí... —masculla al hundir su cabeza en mi cuello. Las puntas de su cabello rozan mi piel, se sienten como el filo de un frío puñal. Puedo oler su aliento pútrido a la vez que percibo sus movimientos dentro y fuera mío. Frunzo mis labios y levanto la mirada al techo de su departamento rogando a Dios que se detenga lo más pronto posible.

—¿Te gusta?

Gimo en un intento fallido para hacerle creer que estoy a punto de tener un orgasmo.

Estoy tiesa como una roca pero él, Dios mío, sus movimientos son extremadamente rápidos y torpes, tan torpes que me lastiman la entrepierna, maldita sea.

Levanta la cabeza al mismo tiempo que maldice con palabras que no logro entender.

—Mierda.

Veo las venas de su cuello tensarse al mismo tiempo que acaba dentro de mí.

Lentamente baja la cabeza, me observa por unos segundos haciendo una mueca de triunfo «¿Cuál triunfo?» Y sonríe como un tonto.

Por el excesivo consumo de tabaco sus dientes se volvieron casi tan amarillentos, como sus sábanas.

Sus puños se cierran y su cuerpo comienza a tiritar. Se desploma, deshecho y exhausto a un lado de la cama. Ríe satisfecho llevándose ambas manos a la cabeza.

—Eso... estuvo excelente, Crystal.

Pensé que nunca acabaría.

Apoya su cuerpo sobre un brazo y entre sus dedos toma un mechón de mi cabello para jugar con él.

Oh, no, no.

Me envuelvo con la sábana y salgo de la cama, dejándolo con las ganas de seguir tocándome. Frunce los labios y se deja caer sobre el colchón para hacer a un lado el preservativo, en el suelo.

«Al menos dígnate en arrojarlo en el maldito cesto de basura por favor.»

Se extiende para abrir el cajón superior de la mesa de noche, de donde quita un grueso fajo de billetes de baja denominación, los cuenta con extremo cuidado y la lentitud del movimiento de sus dedos es desesperante. Ya quiero salir de aquí. El sonido de los billetes rozando entre sí hace menos incómodo el silencio entre nosotros y cada tanto levanta la mirada hacia mí.

No me iré hasta que me pagues, imbécil.

—Aquí tienes. —dice mi cliente. Acostado en la cama hace un esfuerzo casi nulo para extender su mano con el dinero. De un estirón le arrebato el efectivo. Cuento los billetes con rapidez y grande es mi sorpresa al no encontrar el monto que acordamos.

— ¡Dylan aquí hay treinta, habíamos dicho cincuenta!

Una vez más cuento los billetes pensando en que tal vez podría tratarse de un error: hay dos billetes de cinco dólares y un par de diez.

Antes de que pueda seguir reclamándole aquellos dólares faltantes Dylan convierte aquel fajo en un bolillo y lo arroja dentro del mismo cajón de donde lo sacó.

—Lo sé —responde sin más.

Observo como se pone sus bóxers y bordea la cama hasta alcanzarme, intenta rodearme con sus brazos y me esquivo empujándolo a la vez que escondo los billetes en mi puño. Recojo la ropa del suelo y dejo caer la sábana a mis pies antes de cerrar con fuerza la puerta del baño de su habitación. De alguna manera tengo que demostrarle mi enojo.

Habíamos acordado cincuenta dólares por esta noche y fingir un orgasmo me costó más trabajo que la última vez.

Abro la puerta para asomar la cabeza.

Llámame CrystalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora