CAPITULO 4

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El Honor de una Dama
Capítulo 4.
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Aquella tarde, después del embrollo con el ladrón, ambas jóvenes arrasaron con toda tienda que se les cruzaba por el camino, y aquello era el placer de toda chica inglesa. Perfumes y elegantes vestidos de satín y seda eran apenas el abreboca de una tarde de compras.

Y justo como Candy predijo, las habladoras la señalaban por el incidente de Streep Dawson con el ladrón, aún tenía el pelo alborotada y los bordes del vestido con manchones de lodo, pero ella no les prestaba atención alguna, dirigía su atención a una sola cosa.

—..¿No crees que exageras? —Pregunta Dorothy abanicandose mientras admiraba a la señorita Candice reflejándose delante un espejo.

—Cuando se trata de ropa para polo, yo no bromeó —Responde la chica modelando para si misma y dando vueltas para verificar que se sintiera cómoda y que al caminar destacará.

—Cuando pidió permiso para salir su padre dijo vestidos para hoy y una modista para mañana.

—Y yo cumplí. Ahora es momento de un capricho. —Dijo al tiempo que se probaba un par de botas de charol negro relucientes frente a un espejo sosteniendo  su vestido hasta la mitad de sus rodillas.

—Pues es un capricho elegante, aunque no bien visto ante los ojos de su padre. Pero descuide, su secreto estaba salvo conmigo.

Dorothy se asoma a ver a Candy y casi pega el grito al verle las piernas a la joven.

—¡Señor Jesucristo! Su padre pegará el grito al cielo cuando le vea toda llena de magulladuras.

—Dijiste que no ibas a hablar de lo de hoy.

—Yo me refiero a lo de las botas, no a lo del ladrón.

Candy suspiro cansina, no quería seguir hablando del tema. Ese hombre había sido un grosero y un animal al haberle intentado robar a Dorothy, sin embargo, en medio de todo el desbarajuste, esos ojos azules como el océano llamaron su atención plena y absoluta. Se había quedado sin aliento cuando se reflejó en esos ojos, y sintió un escalofrío cuando le hablo.

—..Me gustaría ser el amor de tu vida. Pero me espera la prisión, muñequita.

Si, nunca un hombre le había hablado de esa manera, y mucho menos le había alabado un atributo. Quizás, era de los pocos hombres que conocía que le daba crédito a uno de sus actos.

—Candy... ¿Estás bien?

—¿Eh? —Logra decir al tiempo que se sacudía los pensamientos —¿Decías, Dorothy?

—¡Ja! Alguien ha quedado prendada de un mal intento de ladrón.

—¡Tonterías! —Brama furiosa mientras intenta recogerse el cabello. Y sin embargo, el pelo no se amoldaba a nada de lo que ella intentaba hacer para mantenerlo armado —¿Cómo puedes decir que ese idiota me dejó así?

—Yo sólo digo. Tenía lindos ojos.

—Si, tenía lindos ojos... al igual que Thomas Stevenson —Bromea la joven a su amiga que no puede evitar sonrojarse al recordar a su enamorado. Con eso Candy considera que el tema del ladrón ha quedado cerrado, volviéndose al espejo sin antes hacer una última acotación —Solo se que si lo vuelvo a ver, cobraré venganza.

—No lo invoque mucho, señorita... Una nunca sabe que sorpresas nos de el destino —Advierte Dorothy guiñándole un ojo —Solo no deje que le robe suspiros.

Ambas arrojan carcajadas que resuenan en toda la tienda, regresando de nuevo al probador. La joven se miraba al espejo sus recién adquiridas botas, cuando se percata de que un par de ojos no dejaban de verle. Se giró con sorpresa, ya que era una sensación incómoda.

EL HONOR DE UNA DAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora