CAPITULO 31

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EL HONOR DE UNA DAMA.
CAPÍTULO 31.
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Terry es llevado a la celda a rastras, sigue gritando el nombre de Candy, está desesperado y teme que pueda ese despreciable hombre hacerle algo. Ha sido maneatado para que no intente moverse ni algún truco para escapar. Esta vez es acompañado por Archie, Karen, y en lo más profundo sabe que esta vez, es probable que no salga con vida.

—..¡Vaya vaya! De modo que, el famoso lince de Brighton en realidad es un príncipe. Eso es algo que no se ve todos los días —dice un soldado con burla mientras lo tira al suelo —¿Desea un almohadón? ¿Una taza de té, alteza?

—Dejalo tranquilo. Que de todas maneras de esta celda no saldrá, al menos con vida —El otro soldado introduce a Archie, Karen y al conde a la celda. A este último lo apresa con cadenas y grilletes a sus manos, siendo un símbolo de humillación hacía él.

Archie está observando detenidamente a sus colegas obedeciendo las órdenes de un desalmado. En efecto, el honor no era para todos los hombres, y por ello ahora los veía con rabia.

—No me mires así, Cornwell —Exclama el soldado que acababa de aprisionar al conde. Este se dirige a él, se inclina a su altura y le quita la mordaza para permitirle hablar al menos.

—Ustedes... —Dice entre jadeos —Estan traicionando a la reina.

—Al menos tendremos buena paga y no andamos creyendo en esos cuentos de una sociedad mejor como tú.

—Ya déjalo, que ahora para su propia vergüenza va a morir.

—Bien, considerenlo un honor —Responde Archie jadeando al escuchar cada frase de burla de sus compañeros de filas. Ambos salen de la celda, cerrándola con seguro y dejando a los cuatro reos solos y atormentados en sus propios pensamientos.

En especial William.

El conde observa sus manos y muñecas ahora atadas, sigue sin creer lo que había hecho ¡Había vendido a su propia hija! Se sentía tan miserable de haberle hecho eso, pero lo prefería a verla muerta.

—¡Lo siento, Rose! —Dijo al cielo mientras evocaba el nombre de su amada esposa. Él había prometido cuidar a su hija y todo termino de esa manera.

—Lord White... —Voltea al escuchar la voz de ese joven, no puede evitar llenarse de lágrimas. Si, era igual a Richard, el rostro, el mismo porte, parecía que el tiempo hubiera retrocedido a esos años de juventud cuando casi podían asegurar el mundo era solo un campo enorme para cabalgar y jugar.

En el rostro de ese joven podía ver esos días de sol y de verano eterno.

—Tu... muchacho —Casi no puede hablar ante él —No puedo creerlo. Todo este tiempo estabas vivo, estuviste bajo nuestras narices y nunca nos dimos cuenta.

—No quiero hablar de eso. Solo quiero salir y buscar a Candy ¡Solo Dios sabe que es lo que le hará!

—No hay nada que hacer. Entregué a mi hija, la vendí como si nada.

—¡Hay que hacer algo, maldición! —Grita con todas sus fuerzas. Se logra poner de pie y se impulsa sobre la reja para intentar derribarla con su propio cuerpo.

Así se rompiera los huesos debía rescatar a Candy. El corazón se le rompía en mil pedazos al recordar su rostro angustiado, ninguna mujer como ella debía pasar por tantos suplicios. Mientras golpeaba la reja, se prometida asimismo amarla todas las vidas que fueran necesarias, y nunca más hacerla pasar por esa crueldad a la cual había sido sometida por la vanidad y las ansias de poder de los hombres.

—Niño ¡Detente!

—¡Necesito ir por ella! Prometí cuidarla y amarla ¡Candy, Candy! —Reitera mientras vuelve a impulsarse un par de veces más sobre está para provocar un estruendoso sonido por toda la mazmorra.

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