CAPÍTULO 9

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EL HONOR DE UNA DAMA
CAPÍTULO 9.
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En el trayecto a la villa, Candy iba en silencio total, con sus manos cubriendo su nariz y boca, conteniendo las ganas aberrantes de estallar a llorar, no se despidieron de ninguno de los invitados, ni siquiera de los acompañantes de la reina, a pesar de que la mujer no pudo asistir, sin embargo, la noche fue mucho peor de lo que ella esperaba... esa noche no hubo estrellas.

Cada que un hombre le decía cosas como que solo servía para doblegarse le llenaba de sentimiento... Así no era ella, así no sería.

Y el mismísimo Lord White se había dado cuenta que apenas salieron de la mansión de La Tour que su hija no la había pasado bien, y no era necesario que el le dijera, ese gesto que hacían con su mano en la boca siempre le decía que las cosas no andaban bien. Por algo ella toda su vida hacia permanecido alejada de la gente, para no tener que verse involucrada en esas situaciones incómodas.

—Candy... —Menciona el conde con dulzura, eso atrae la atención de la joven —¿Quieres hablar de algo?

—Descuida... estoy bien —Incluso que dijera algo simple le daba a pensar de todo. Menos de que estaba bien.

—Cariño, tu y yo sabemos que algo está pasando. Se que no te gusta estar en fiestas cómo está —Se acercó y le tomo la mano izquierda con ternura —¿Te hicieron algo?

—Solo que... —Hace un puchero, intenta contener las lágrimas, respira profundo y encara el rostro de su padre —¡Se sintió horrible! Cada instante fue patético —Escupio de una vez —Odio que quieran verme como un objeto más... qué solo me vean para figurar, que intenten hacerme sentir menos.

—¿Qué? —Dijo con sorpresa —¿Qué fue lo que ocurrió?

—Hoy... esta noche cada uno de los imbéciles que se me acercaba o me sacaba a bailar era para una maldita propuesta de matrimonio... Para recalcar que haga lo que haga, solo seré una más que calentará sus camas y atenderá a sus bárbaras necesidades... Padre, perdón —Alza la mirada y el conde descubre sus ojos aguados por primera vez en mucho tiempo —Pero no quiero ser una dama solo para vivir humillada ¿Las mujeres somos tan bajas para que no nos vea de otro modo?

—Candy... —Y con esas palabras, todo el panorama se abrió ante el conde. Esas mismas palabras rudas que él mismo le había dicho en un ataque de cruel sinceridad ahora mostraban sus marcas —Cariño, no quiero que te sientas así.

—Pero deseas que sea así... ¡Qué me comporte como una dama para acabar de esta manera! Que cuide cada simple aspecto de mi existencia. Agachando la cabeza cada que alguien me humille y no poder responde solo porque mi deber es estar callada.

—¡Para nada! —Lleva sus manos a las mejillas de su hija, están heladas y sus pecas destacan más con el sonrojo de su rostro. Por un instante, a su mente golpearon las palabras que el mismo evocó entre un ataque de rabia una tarde de esgrima.

Si, un desacierto en cómo se deben decir las cosas. El conde había olvidado por un instante que las palabras de los padres a sus hijos son sagradas, y todo lo que brotará de sus bocas era para bien o para mal.

—Candy siento mucho lo que dije hace algunos días. Si eso hace que te sientas mal y te reproches, soy yo el que se debe sentir humillado. Porque ningún padre quiere que su hija se sienta menos que nadie. Eres increíble y llena de hermosas cualidades, hija mía. Tu eres como eres y ni yo puedo cambiarte.

A lo lejos, una tormenta se avecinaba, la brisa fría empezaba a colarse por la ventanilla de la portuela. Candy siente deseos de llorar, pero como siempre, contendría las lágrimas. Se forzaría a no mostrar debilidad.

EL HONOR DE UNA DAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora