Capítulo 35

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Con los ojos cerrados, Bill suspiró y se dio la vuelta en la cama con torpeza. Abrió los ojos lentamente y sonrió al ver la gran chimenea de piedra que había a los pies de la gran cama en la que se encontraba. El fuego ardía en ella y podía sentir el agradable calor desde donde estaba. Era invierno, el día anterior había nevado y todo se había vuelto blanco.


Se hallaba solo, sabía donde estaría Thomas en esos momentos. Como todas las mañanas, y a pesar de que no era necesario, le gustaba levantarse al alba y salir a cortar leña.

Lallybroch era muy grande y gracias a las reformas hechas en esa época contaba con una buena calefacción central, pero aún tenían esas grandes chimeneas en cada dormitorio y como en los viejos tiempos, se encendían cada noche para que sus ocupantes no pasaran frío en las largas noche de invierno.

Unas pisadas al otro lado de la puerta le hicieron sonreír, Thomas regresaba y sabía que le llevaba el desayuno a la cama, como todas las mañanas.

Se incorporó con esfuerzo y poniendo una almohada en su dolorida espalda se recostó en el cabecero mientras alisaba las sábanas sobre su cuerpo.

Al momento la puerta se abrió y un sonriente Thomas entró portando en sus manos una bandeja repleta. No venía solo, un niño de unos 4 años se cogía de su mano mientras que con la que tenía libre mordisqueaba un trozo de pan recién hecho.

—Buenos días, sassenach—saludó Thomas sin perder la sonrisa en ningún momento.

—Buenos días—saludó Bill a su vez ahogando un bostezo.

Thomas colocó la bandeja sobre la mesilla y cogiendo a su hijo en brazos lo alzó y sentó en la cama, sonriendo al ver como corría a meterse bajo las sábanas y se acurrucaba al lado de su cansado padre.

— ¿Has pasado buena noche?—preguntó Thomas también sentándose en la cama.

Bill asintió con la cabeza y dejó que le pusiera una servilleta sobre su regazo mientras que alzando un brazo lo pasaba por encima del pequeño Jamie y lo estrechaba con cariño.

— ¿Y qué tal ha dormido mi pequeño sassenach?—preguntó besando su frente.

—Muy bien, athair—respondió Jamie sonriendo—He vuelto a soñar con mis hermanitos.

Bill sonrió al escucharle y se llevó la mano a su abultado vientre. Con solo 24 años jamás llegó a soñar en tener ya una familia numerosa. Y el pequeño Jamie era lo bastante mayor para comprender que dentro de 3 meses tendría unos hermanitos nuevos.

¡Gemelos!

Cuando su madre le dio la noticia creyó que le iba a dar algo. Thomas y él siempre quisieron darle un hermanito a Jamie con el tiempo, pero ya en la primera ecografía se veía claramente 2 corazones latiendo al unísono y más adelante supieron que iban a ser una niña y un niño. Y seguro que serían pelirrojos como Jamie, que había heredado de su abuelo el color del pelo y sus grandes ojos azules.

Una vez repuestos de la emoción por saberlo, no habían pasado ni 5 minutos y ya tenían elegidos los nombres. La niña se llamaría Claire sin duda alguna, y el niño Duncan.

Bill sabía que le esperaba mucho trabajo por delante, pero gracias a la ayuda de su madre que les echaba una mano con la casa sabía que sus hijos estarían bien atendidos cuando él necesitara un descanso.

Al igual que la señora Murray, su ama de llave, cocinera y pariente lejana. Gracias a ella y a su marido, los últimos dueños legales de Lallybroch, la casa se había mantenido intacta y en la familia. Se habían encargado de su cuidado, de arreglar los desperfectos cuando fue necesario y de que tuviera las últimas comodidades acordes a esa época. Como agua corriente, calefacción y una buena cocina bien equipada.

Once in a lifetime (Je suis prest)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora