El Inicio, Donde Nada Pasa Hasta Que Pasa Algo

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En el centro de Manhattan, ubicado en una ciudad famosa en el estado de Nueva York, situado en el noreste de un país llamado Estados Unidos de América, en un planeta otrora intrascendente llamado Tierra—o PxBZed Gamma, para nuestros lectores en Alfa Centauri—Un hombre estaba sentado en su oficina.

Ese hombre, al igual que el planeta, era intrascendente en el gran esquema de las cosas: redondo, en su mayor parte lleno de agua y molestamente contaminado con desechos plásticos que le daban una sonrisa perpetua.

Pero a diferencia del planeta, que en su mayoría flotaba en el espacio sin preocuparse por el universo, el hombre se mantenía ocupado y, a diferencia del planeta, la gente no intentaba activamente envenenarlo o extraer minerales de su cara.

De hecho, las personas que conocían a este hombre a menudo lo comparaban con un santo. No porque quisieran clavarlo en una cruz, o quemarlo en la hoguera, o hacer que varios caballos le arrancaran las extremidades; la gente adoraba a este hombre porque era objetivamente bueno.

Siempre daba dinero a organizaciones benéficas y ofrecía becas anuales para niños disléxicos que querían ir a la "uinversidad." Daba a César lo que es del Cesar y dios lo que es de Dios. Era el primero en llamar al número provisto cuando ese anuncio de cachorro triste reproducia en la televisión e incluso estableció pagos mensuales para ayudar a los perros callejeros a vacunarse.

Nunca rechazó a un testigo de Jehová, incluso llegó a darles café y galletas saladas, lo que dejó a muchos testigos de Jehová estupefactos. No por su amabilidad, sino sobre todo porque la mayoría de ellos por lo general nunca los dejaban pasar a una casa y el pánico escénico te golpea incluso con una audiencia de una sola persona.

Realmente era un hombre por encima de cualquier hombre, lo que lo hacía increíblemente aburrido.

Todos los días iba a su apartamento muy aburrido, abrazaba a su esposa muy aburrida y escuchaba su historia extremadamente aburrida sobre lo que la perra de su vecina Brenda le dijo sobre una maceta junto a la ventana, y cómo le dijo a Brenda que se metiera sus opiniones por donde el sol no brilla.

Él asentía sin pensar en su relato, seguido de una aburrida y monótona sesión de hacer el amor en la posición del misionero, después de la cual ambos se quedaban dormidos abrazados. Repita todos los días, ad infinitum.

De hecho, lo más interesante que le sucedió fue aquella vez en la facultad de medicina cuando pensó que había obtenido una A en una prueba, cuando en realidad obtuvo una A +. Lo celebró como si no hubiera un mañana bebiendo dos cervezas Light y media aspirina, y se fue a la cama a las 10:00 p.m. en lugar de sus habituales 09:00 p.m.

Era completamente aburrido en todos los sentidos de la palabra. Por suerte para nosotros, nuestra historia no se trata de él.

Hacer una historia sobre él sería muy breve y absolutamente inútil. Consistiría en él sentado en su oficina todo el día y moviendo sus bolígrafos de un lado a otro de su escritorio. En ocasiones, hacía que los pacientes ingresaran a su consultorio para una charla que iría de dos maneras. La primera era para felicitarlos por su buen estado de salud, no sin antes mover el dedo juguetonamente para recordarles que se cuidaran.

La segunda no era tan divertida. Verá, este hombre no era un médico normal. Era un oncólogo, alguien que trata canceres. Para nuestros lectores de Alfa Centauri, el cáncer es como su Síndrome de Gorgol Explosivo Multi-Pangueusy, solo que con menos explosiones y sin la incesante necesidad de hacer malabarismos con sus propios pulmones.

Ese día en particular, el hombre, llamémosle Dr. George, ya que George es el nombre más aburrido que se nos ocurre, necesitaba tener el segundo tipo de conversación. Del tipo malo.

Corriendo Con TijerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora