El Amor Lo Resuelve(Casi) Todo

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Para algunas personas, el matrimonio es un hito ritualista importante por el que todos deben atravesar, en el que entregas tu vida y amor a otra persona hasta que sus funciones biológicas comienzan a fallar, lo que resulta en la muerte—seguido inmediatamente por una cascada de heces. Aquí recordándoles que todos se cagan al morir.

Otros, como Sarah McGuffin, ven el matrimonio como el equivalente a golpearse en la cara con un ladrillo todos los días y decirse que prefiere disfrutarlo. Osea, sin sentido y autodestructivo. Ambas evaluaciones son algo apropiadas, con algunas salvedades.

Los filósofos han estudiado el matrimonio como una institución ligada al sentimiento del amor durante siglos, estudiándolo desde todos los ángulos posibles, y por eso tienen unas palabras que decir sobre todo el asunto: Evita casarte, si es posible.

Para ellos, el matrimonio y el amor son ilusiones creadas por la sociedad para controlar y encadenar la voluntad humana, despojándolos de cada gramo de individualidad hasta que no quede nada más que su capacidad para reproducirse. Debemos señalar que casi todos los filósofos que hemos cubierto en nuestra historia vivieron vidas bastante aisladas y sin amor, así que tome su palabra con una pizca de sal. A menos que seas miembro de la raza Baboserik. En tal caso, evita la sal a toda costa.

Kierkegaard pidió la mano de una mujer en matrimonio, solo para arrepentirse de inmediato, cancelando su compromiso poco después. Schopenhauer, siendo el amargado que era, creía que el matrimonio era una herramienta para los tontos, prefiriendo vivir lo más lejos posible de la sociedad humana en general. Ni siquiera la poderosa pareja de la filosofía, Sartre y de Beauvoir, se casó nunca y mantuvo una relación abierta durante toda su vida.

La única excepción a este fenómeno fue Camus, quien se casó dos veces en su vida. Pero también debemos dejar de lado su opinión, ya que era un ávido adultero y tenía no menos de tres novias en varios países en todo momento. Así que quizás no hagas lo que hizo Camus.

Pero si le preguntaras a Peter Katz, el matrimonio es una herramienta maravillosa para usar en caso de apuro. Tenía maravillosos incentivos fiscales, además de tener la ventaja adicional de que su cónyuge no testificara en su contra en un tribunal de justicia, a menos que sea un mal marido. Recuerda: si ves algo, ¡di algo!

El matrimonio también tiene una ventaja particular, una de la que pretendía abusar para salvar su vida.

—No —dijo Sarah—. No me gustas. No lo lamento.

—Era una pregunta retórica —dijo Peter—. ¡Tienes que casarte conmigo!

—¡No tengo que hacer nada! dijo Sarah. —Especialmente porque odio no hacer nada. Espera, me confundi.

Peter agarró su mano con fuerza, mirándola directamente a los ojos. —Mira, Conelly es el que les promete mi dinero. Seguro hizo algo con mi testamento, el maldito gordo, todo gordo todo maldito. Si le quitamos ese poder, nos deshacemos de la pandilla de bichos raros fuera de la capilla.

—¿Y cómo ayuda casarte conmigo? —preguntó Sarah.

Peter se pellizcó el puente de la nariz, su paciencia se estaba agotando. —Mira, si te casas, tu testamento anterior se anula automáticamente ya que no puedes dejar legalmente a tu cónyuge con menos de la mitad de tus activos. Todo lo que tenemos que hacer es hacerla nula casandonos y dejamos ese testamento sin efecto.

Las puertas golpeaban locamente, supuestamente por una fuerza externa, ya que las puertas no tienden a golpearse a sí mismas. Sarah respiró hondo y se tragó su orgullo con un audible trago.

—Está bien —susurró Sarah—. Me casaré contigo, con una condición.

—Nómbrala —dijo Peter.

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