Capítulo 9

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Max:

El idiota de Trex era un buen líder, lo admito. Me lo demostró cuando hizo que todos cerraran la boca para proceder a entregar los Pterófiros e inmediatamente todos obedecieron de una manera muy sumisa.

El condenado intimidaba e infundía respeto en cada uno de los soldados.

Los Pterófiros son piedras que solo se encuentran en el Reino Aire, su función es darnos el oxígeno suficiente cuando estemos a grandes alturas y así no terminar desmayandonos.

Básicamente los Pterófiros, son como los Pliófiros.

El viaje fue tranquilo ya que Trex estuvo supervisando que todo estuviese en orden. Me preguntaba cómo estarían los chicos. Deseaba que estuviesen a salvo.

Las últimas dos horas me la pasé durmiendo, hasta que alguien interrumpió mi sueño de belleza.

—Mueve tu trasero, inútil, hay trabajo que hacer —dijo el señor de las tinieblas.

Me levanté de mala gana y tomé mis maletas a pesar de que no podía ni con mi alma.

«Este tipo hará que un día de estos se me salga el asesino que llevo dentro y lo mate —pensé—. Puede que vaya preso por eso, pero iré preso feliz».

Seguí al estúpido que tendría que soportar hasta que me asesinaran o robaran la llave. Solo esperaba que no tuviéramos que dormir juntos. Eso hubiera sido el colmo, y yo no tengo mucha paciencia que digamos, en especial con él.

***

Caminábamos por los pasillos del templo, siguiendo a una de las sirvientas que nos mostraría cuáles serían nuestras habitaciones.

Estuvimos caminando unos minutos hasta que nos detuvimos frente a una puerta, la sirvienta fijó su vista en nosotros y dijo lo último que quería escuchar.

—El Alfa Horus me dijo que esta será su habitación, espero que se sientan cómodos.

«¡Maldita sea!», grité mentalmente.

Juro que estaba expulsando chispas en mi mundo interior, parecía que el universo la tenía en mi contra.

No creía poder estar con él sin querer asesinarlo.

«Espíritus, denme paciencia, porque si me dan fuerzas, lo mato».

Cuando entramos a la habitación no me pude quejar. Era muy bonita y en lo que vi la cama de la derecha me encantó, así que fui a dejar mi maleta pero otra aterrizó allí.

—Lo siento, es mía —dijo don ego.

Apreté las nalgas para no liberar la mierda que le quería embarrar en la cara a ese idiota.

—No te digo lo que pienso porque a diferencia de mi hermana, estoy en contra del maltrato animal —dije, tratando de mantener la poca cordura que me quedaba.

Rogué al universo para que no hubiera cuchillos en la habitación, porque sino estaría a punto de cometer un crimen.

Y me conozco, puedo ser psicópata de vez en cuando.

—¿Me estás diciendo animal?

—¿Pues qué eres?

—Soy el jodido príncipe del Reino Tierra y me debes respeto.

—¿Respeto? ¡Mis nalgas! —espeté—. Ni aunque fueras el estúpido espíritu de la sabiduría virtuosa te tendría respeto, así que bájale a tu ego. Podrás intimidar a los demás, pero a mí no.

—No me obligues a ponerte en tu lugar —respondió el albino, acercándose peligrosamente a mí.

¿Dónde estaba el cianuro cuando lo necesitaba?

Planeta Mesozoico: Período Triásico ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora